La humildad que cuenta con los otros
La vida humana puede transcurrir en medio de posturas extremas. Por una parte quien solamente piensa en sí mismo, pretende siempre estar en el centro de todo y para lograrlo recurre a todos los medios posibles. Por otra parte quien también piensa en los otros, les deja ocupar un lugar en la vida y sabe compartir con los demás los bienes de la existencia.
En el evangelio de este domingo Jesús presenta estas dos actitudes en la forma de dos personas que acuden al templo a orar. Uno de ellos, lleno de orgullo, se cree mejor que nadie y así se presenta ante Dios. Otro, lleno de humildad, reconoce sus faltas y pide perdón.
Jesús alaba la humildad de quien se reconoce en lo que es y no pretendesepararse y destacar sobre los demás. La humildad no consiste en percibirnos en menos de lo que somos. La humildad tiene que ver con la verdad y la sinceridad. Es acogernos en lo que de verdad somos. Y al percibirnos en nuestra verdad dejamos sitio a los otros. Por eso el humilde es el que no lo quiere todo para sí mismo. El que no busca perjudicar a otro para destacar él;el que sabe alegrarse de los triunfos ajenos.
Jesús acaba sus palabras diciendo que el que se humilla será enaltecido y el que se enaltece será humillado. El orgullo nos separa de los demás, y en el fondo nos condena a la soledad. Allí no hay cabida ni para la relación con Dios ni para la relación con los otros. Y donde no existe relación tampoco puede haber reconocimiento o aprecio por parte de otros. Por el contrario, acoger la verdad de lo que somos nos abre a los otros y nos permite mantenernos en relación con ellos. Y en esa relación puede brotar la acogida y el reconocimiento de nuestra persona. Solamente en la sinceridad de nuestra vida podemos entrar en relación con Dios y podemos contar con los demás.