La regla de oro de la comunicación
Algunos teóricos de la comunicación
apuntan que para transmitir adecuadamente un mensaje hay que tener algo que
decir; hay que estar convencido del valor de lo que se dice, y hay que atender
a la relación con las personas que lo van a escuchar. Entre el comunicador y
los receptores se suele establecer un hilo invisible que es lo que permite la
comunicación. Ese hilo está formado de confianza y simpatía.
Para establecer ese hilo de
confianza y simpatía es importante que el comunicador no hable desde la
arrogancia o un complejo de superioridad. No hay cosa que interfiera más en la
comunicación que percibir que una persona se presenta como superior. Lo más
corriente es que la arrogancia forme una barrera que impide la acogida del
mensaje.
Cuando Jesús envía a sus discípulos
a anunciar la alegría del Reino de Dios, les pide que no lleven mucho equipaje
y les aconseja presentarse con una actitud de sencillez. Es la sencillez, la
cordialidad, la simpatía la que establece una primera relación que facilitara
la trasmisión y comprensión, del mensaje del que son portadores. Este es el mensaje del evangelio de hoy.
Y no es sólo una cuestión de
estrategia publicitaria que pide adoptar una pose al mensajero. Se trata de presentar
con la propia vida y la propia persona el sentido del mensaje que se porta. El
evangelio es la expresión de la acogida de Dios a todo ser humano. Y esa
acogida se transmite en la propia acogida de quien comunica el mensaje.
Hoy las iglesias cristianas europeas
nos encontramos ante el reto de transmitir adecuadamente la fe a las
generaciones que vienen detrás de nosotros. Es una gran tarea que para
acometerla es preciso que estemos convencidos del valor enorme del evangelio
para la vida humana. Y que lo presentemos con sencillez y naturalidad. La mejor
manera de transmitir la fe es situándola en la naturalidad de quien en todas
las dimensiones de la vida sabe encontrarse con el buen Dios. Y quien al hablar
de Dios transmite paz y gratitud.
Hablemos, hablemos con convicción
del buen Dios y hablemos de él con paz y sencillez, sabiendo que la autoridad
se recibe sobre todo de respaldar con la propia vida el mensaje que se comunica.