El Dios que viene a nosotros
Las representaciones que del fin del mundo solemos hacernos los seres
humanos presentan ese momento envuelto en la violencia y la catástrofe. Quizás
porque pensamos que en el mundo lo natural es la expansión de la vida, el final
de ese mundo tiene que tener lugar en forma de una interrupción violenta. Al
menos el cine, la literatura, el arte…y también la Biblia nos presentan el fin
del mundo como algo lleno de desgracias.
Hay quienes piensan que Jesús anunció la llegada del fin del mundo con
señales catastróficas como extraños fenómenos atmosféricos, hambres, violencias…Pero
Jesús no pretende anunciar el fin del mundo. Lo que nos quiere decir con sus
palabras es que el fin del mundo es una acción libre de Dios. Ese es el mensaje del evangelio de este domingo..
Dicho de otro modo, el mundo existe porque Dios lo quiso y terminará cuando
Él quiera. Pero el final del mundo es parte del misterio de Dios. Por eso nadie
puede debería atreverse a describir cómo será ese fin. Jesús cuando hablaba del
fin del mundo recurría también a las imágenes e ideas que predominaban en su cultura
para decirnos que el señor del tiempo es Dios y no el ser humano. Y para
recordarnos que en el fin del mundo tiene que ver más con la plenitud que con
la catástrofe. El fin del mundo es la entrada de todas las cosas en la
plenitud. Al final no se encuentra la catástrofe sino la entrada de todas las
cosas en Dios.
Con el anuncio del fin del tiempo Jesús no quiere asustarnos y
angustiarnos. Lo que quiere es llamarnos a la confianza. Lo que se encuentra
delante de nosotros no es el horror sino el Dios del amor que sale a nuestro
encuentro en Jesús de Nazaret. Jesús nos dice, de la misma manera que al
comienzo de vuestra vida no se encuentra el caos sino el amor de Dios, al final
de vuestra vida tampoco se encuentra el caso sino yo mismo en persona.
La llamada a la confianza es también una llamada a la responsabilidad. A
procurar que nuestro mundo –sea el grande o sea el pequeño que nos rodea- no se
malogre antes de su fin en Dios.
Podríamos decir que a fin de cuentas no somos nosotros los que caminamos
hacia Dios, es Dios el que viene a nosotros y sólo Él permanece el dador de un
futuro que no se construye sin nosotros, sin nuestra participación.