La
liberalidad de Jesús
Mc 9, 38ss.
Mc 9, 38ss.
Alguien escribió una vez que
“la verdad es como un pequeño ratón que escapa de nosotros. Es diminuto, gris, casi imperceptible, y sin embargo corremos detrás de él. Cuando creemos que ya
lo hemos cogido, se escapa y se esconde. Es fácil seguir el rastro de la
verdad, pero no es nada fácil atraparla, pues no se deja coger y escapa de uno.”
Quizás se quiera decir de
modo poético que la verdad es más grande que nuestro entendimiento y que nunca
la podemos poseer como se poseen las cosas. La verdad no es ni una silla ni un
trono sobre el que sentarse y contemplar las cosas, y mirar a los demás por
encima del hombro. Es un camino, más largo que nuestra existencia. Siempre
estamos en búsqueda de la verdad.
Puesto que la verdad no se
deja atrapar por nadie, nadie puede sentirse totalmente poseedor de la verdad.
Todos estamos en búsqueda, y necesitamos la búsqueda de los demás para llegar a ella. La verdad no
tiene un único rostro, tiene muchos aspectos, ropajes y lugares.
Algo de esto es el sentido
de las palabras de Jesús en el evangelio de este domingo. Los discípulos se
quejan ante Jesús de que algunos expulsan demonios en su nombre y quieren que
el Maestro se lo prohíba. Pero Jesús nos sorprende con su respuesta: “No se lo
impidáis. Quién no está contra nosotros, está con nosotros.”
Las palabras de Jesús están
llenas de liberalidad. Y son una llamada a la tolerancia. A una tolerancia
inteligente, que dice que hay que saber aguantar lo que todavía no ha madurado
hasta que llegue el momento de su crecimiento y maduración.
Puede ser que la queja de
los discípulos responda a una aspiración muy repetida en la historia. La de
reglamentarlo y regularlo todo. O lo que es peor, la de querer controlarlo todo. Los discípulos parecen querer disponer del
derecho a ser ellos los únicos que hablaran en nombre de Jesús. Ser los únicos
que se creen en posesión de la verdad. Esta actitud de creerse el único poseedor de la verdad es la raíz de todas los cerrazones ideológicos y de todos los fanatismos.
La ideología es una visión
del mundo que no se corresponde con la realidad, sino solamente con las ideas
de quienes las detentas. Y exigen que la realidad se adapte a las ideas, en vez
de ser las ideas las que se adecuen a la realidad. Todos los que detentan una
ideología piensan que son los portadores de la única verdad y no están
dispuestos a reconocer la verdad del otro.
Todos los aspectos de la
vida humana se pueden convertir en objeto de ideología: las relaciones
sociales, la vida económica, los sentimientos nacionales... También la religión y
el cristianismo. Esto ocurre cuando absolutizamos determinadas expresiones de
fe, condicionadas históricamente, y nos olvidamos de la grandeza de Dios.
Podemos absolutizar algunas normas morales y olvidarnos de la centralidad de
Dios y de su amor. ¡Con alguna frecuencia en la vida cristiana hemos puesto el
mandamiento del amor de Dios detrás del sexto mandamiento, o de otras normas!
La fe-ideología nada tiene
que ver con la fe auténtica, que no nos cierra a la realidad, nos abre a ella.
La fe auténtica nos libera del fanatismo y la estrechez de miras. Los creyentes
de verdad saben que las expresiones de fe son imágenes y ejemplos que abren la
puerta a la voz de Dios, que está detrás de esas expresiones. Pero cuando las
absolutizamos, en vez de abrir la puerta a Dios, la cierran.
La fe auténtica no se erige
de tal modo que no admita una cierta pluralidad en los modos de vivir y
expresar esa fe. Permite preguntas y soporta oscuridades. Los dogmas, el
magisterio de la fe, son orientaciones muy importantes para nuestra fe sana.
Pero no nos ahorran la decisión de la propia conciencia.
Nunca debiéramos olvidar
la liberalidad de Jesús: “Quién no está contra mi está conmigo”. Necesitamos
seguir creciendo en tolerancia y transmitirla a las generaciones más jóvenes. Trasmitirles el espíritu de apertura y de búsqueda de la verdad, que es lo que nos ayudará a
crecer en humanidad