EL HOGAR DE DIOS
Muchos de ustedes son padres y tienen hijos. Algunos
conocen lo que ocurre cuando llega el día en el que los hijos se van del hogar
familiar. Todos nos podemos imaginar lo que pasa cuando llega ese momento. Ese
día la casa se vuelve más silenciosa, el tiempo transcurre más despacio, las
conversación en la mesa se hace menos animosa. Es curioso, pero cuándo los
hijos son pequeños a veces las madres y los padres anhelan la llegada de días
más tranquilos y cuándo esos días llegan se echa en falta las voces, la
alegría, el nerviosismo que produce tener que hacer varias cosas a la vez.
Los hijos un día marchan del hogar y dejan tras de sí el
silencio de los recuerdos. En ocasiones ese silencio se rompe y los hijos
regresan. De vez en cuando vuelven para contar alegres sus realizaciones y
proyectos; para preguntar cómo se encuentran los padres, para escuchar sus
consejos y advertencias. Los hijos vuelven, vuelven siempre. Y lo hacen no
porque sea una obligación sino porque hay una relación que une y que permanece
más allá de los cambios de la vida
Imagino que para la mayoría de las personas las cosas
transcurren de este modo. Pero no siempre es así. Por desgracia hay hijos que
con la partida del hogar dejan enfriar los vínculos y la relación con sus padres.
Las vueltas al hogar se hacen más escasas y cuando se hacen, se realizan más
por obligación que por cariño.
Es posible que Juan el Bautista pensara en este tipo de
hijos cuando se dirigía algunas personas de su época. Esas personas decían
“tenemos como Padre a Abrahan”. Se sentían miembros del pueblo elegido, sabían
de Dios y se creían religiosos, pero no mantenían un contacto vivo con ese
Dios. Dios era para ellos como un hogar familiar que se siente lejano, al que
solamente se acude de tarde en tarde y siempre por obligación.
Hoy día las cosas no son de modo distinto. Si hacemos
caso a las encuestas, la mayoría de las personas de nuestro país dicen creer en
Dios. Pero Dios es para ellos una realidad lejana, a la que se le asocia más la
obligación que el cariño y la confianza. Un Dios con el que se ha perdido el
contacto y se ha descuidado la relación. Juan el Bautista nos dice en el
evangelio de este domingo que miremos a Jesús. Que atendamos a su palabra y a
sus gestos. Jesús nos recuerda que en Dios tenemos un hogar familiar en el que
siempre somos acogidos, al que podemos acudir en cada ocasión, en el que
recibimos calor. En nuestras manos está volver siempre a ese hogar y no hacerlo
por obligación sino por cariño y confianza
FIESTA DE LA INMACULADA
En España, este día se celebra la Fiesta de la Inmaculada. Por eso introduzco una alternativa en la homilía de este día
De
Dios se puede hablar de distintas maneras. Podemos discutir sobre Dios, podemos
contar a otros los efectos de su acción sobre nosotros, pero también podemos
alegrarnos de que está ahí y cantar una canción con voz alta. “Mi alma alaba al
Señor…”. Hay experiencias de las que no podemos dar muchas explicaciones y
solamente podemos cantar.
Una
persona dice a otra Te quiero. Y frente a un ser humano que le dice a otro: te quiero, no caben muchas explicaciones y
aclaraciones. Simplemente cabe la admiración que a todos nos brota cuando vemos
amor de verdad. Frente al amor lo mejor que podemos hacer no es buscar muchas
explicaciones sino simplemente cantar y alegrarnos. ¿A qué nadie busca
explicaciones al amor discreto y abnegado de las madres? Simplemente recordamos
agradecidos lo que los padres hacen por nosotros.
Si
esto ocurre así en nuestra vida, cuando Dios nos dice, Te quiero, ¿Tenemos que
intentar explicarlo? No hay nada en el mundo que pueda explicar que Dios nos
ama. En esas situaciones es mejor cantar.
Maria,
la insignificante mujer de una aldea de Galilea, querida por Dios y enamorada
en Dios, absorta de Dios y llena de esperanza con Dios. A esa María se le
suelta lengua y canta.
Algunos
pueden pensar que esto del canto es muy bonito pero que pasa con los que
sufren, que pasa con los que sufren y con los que la vida les cierra la boca
El
Dios al que María canta es el Dios que no permanece en el cielo. Es el Dios que
viene a nosotros, y que está del lado de los que muerden el polvo de la vida. Y esa situación no
es extraña a María. María, la que canta a Dios sabe por experiencia propia lo
que es la humillación y el sufrimiento, y lo sabe desde su parto en un establo
hasta su saber estar al piel de la
cruz. Y sin embargo canta, canta la canción de su vida en la
seguridad de que aquel en quien ha confiado su vida y su persona todavía no ha
dicho la última palabra. Ella sabe que lo nuevo está por venir y se entrega por
entero a su embarazo por el que Dios viene al mundo.
El
cántico de María prefigura la salvación que llega. María por Cristo fue preservada
del pecado, igual que nosotros por el bautismo somos preservados del pecado.
Cristo da a nuestra vida una nueva dirección, es el garante de una nueva
creación. El bautismo nos dice que nuestra vida y nuestros huesos contienen más
que la herencia biológica que recibimos de Adán y Eva. Somos algo más que polvo
y sudor, somos vida divina, somos carne de amor. Con Cristo comienzo un nuevo
camino. Con Adán el camino de la humanidad era de la vida a la muerte, del bien
al pecado. Con Cristo se cambia la dirección de ese camino. Venimos de la vida
y vamos a la vida.
Venimos del bien y vamos al bien. Hace unos días la pequeña María decía
a su madre.
Dios
nos hace nuevos. Los hombres hemos querido hacernos nuevos. Los totalitarismos
han querido hacer nuevos hombres. Nuestra sociedad de consumo, quiere presentar
el nuevo hombre a base de imagen, cosmética y cirugía estética. Cuando no
aceptamos ser criaturas de Dios no adviene el original, sino adviene la copia. El hombre y la
mujer diseñados en los grandes almacenes y centros de modas. El original no lo
produce el mercado, lo produce una mirada de amor que confía en nosotros. Si
nos sentimos mirados por Dios no tenemos que hacer lo que no somos, no tenemos
que inventarnos. Podemos mostrarnos como somos. La mirada de amor de Dios nos
da autenticidad. Cuando Dios nos mira y nos ama, vence la fuerza del pecado y
del mal.
La
visión de un mundo mejor nos ayuda en la vida. Quien en su vida y su fe se deja llevar por
el cántico de María, sabe ver algo más que quien solo ve venir catástrofes y
cabeceando se mueve de frustración en frustración. La fe es como el pájaro que
canta cuando todavía es de noche y oscuro, dijo una vez Tagore. Canta en la
noche al nuevo amanecer que llega. Está lleno de esperanza como María, la del
estado de buenaesperanza. Y María nos invita a todos a cantar su canto. Y
nosotros lo cantamos porque su vida sostiene nuestra esperanza. La historia de
nuestra esperanza comienza en la vida y en el cántico de una mujer, de María.