LA CERCANÍA AL PRÓJIMO
Las personas que en un momento de su vida han pasado por
un momento difícil experimentan con frecuencia como los que le rodean no
perciben su situación. Una escritora, que pasó por una de estas situaciones,
escribió: “No se suele percibir la mirada suplicante, la miseria de cuerpo o
alma. Estamos muy alejados de nuestros prójimos. Si estuviéramos cercanos
dejaríamos, sin pensarlo lo más mínimo, nuestras ocupaciones actuales e iríamos
junto a ellos.”
Quizás lo que más nos separa de los demás no es el
egoísmo. Es la indiferencia.
El egoísta tiene ojos solamente para sí y su provecho.
Percibe a los demás en la medida en que le son de utilidad para su ventaja
personal. Y con frecuencia los manipula y los hiere. El indiferente no hace
daño a los demás. Piensa solamente en su trabajo y sus asuntos y por eso no
percibe a los que le rodean. Está tan centrado en sus tareas que pierde a sus
semejantes y le resultan invisibles.
En la parábola del buen samaritano Jesús nos advierte
sobre la indiferencia hacia los demás y nos llama a superarla. Todos aquellos
que en el relato pasan de largo sobre la persona herida en el suelo se
comportan como la mayoría de las personas. No son capaces de romper la
indiferencia, de salir de la red de las costumbres cotidianas. Como personas de
costumbres fijas no tienen ojos para lo extraordinario. No tienen oídos para la
llamada concreta.
No le ocurre así al buen samaritano. Se deja afectar por
la situación de la persona caída y le socorre. ¿Qué es lo que lleva al
samaritano a obrar de esa manera? En primer lugar la sensibilidad y la atención
del corazón. Vive atento a lo que le rodea y sabe responder a la
responsabilidad del momento aunque ello suponga desatender la costumbre. En
segundo lugar no tiene miedo en verse envuelto en la situación del otro. A
veces lo que más paraliza la ayuda que podamos prestar al otro es el miedo de vernos
envueltos en una situación desconocida. Finalmente podemos suponer que el
samaritano estaba acostumbrado a ayudar a los demás. Había hecho de la ayuda al
otro su costumbre.
Escuchamos una vez más la
historia de misericordia más conocida. En ella Jesús transforma la pregunta del
escriba “¿Quién es mi prójimo?” por la de ¿Quién se ha comportado como prójimo?
Lo decisivo en la vida no es quién sea mi prójimo sino de quién soy yo prójimo,
de quién me siento cercano y actúo en consecuencia.