Homilía, 7 domingo tiempo ordinario. Ciclo A. 20 de febrero 2011
Otra lógica
La ciudad de Viena tiene como copatrón a un sacerdote que tuvo que dejar su comunidad religiosa en los tiempos de la exclaustración. Incorporado al clero secular, consagró su vida a albergar a los niños sin familia que en el siglo XIX poblaban las calles de Europa. Para financiar sus orfanatos recorría por la noche los restaurantes de Viena recogiendo dinero en un sombrero. En una ocasión, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad alargó, su sombrero hacia un hombre muy conocido por sus posturas anticlericales. Al pedirle dinero, el hombre, sin mediar una palabra, escupió al sacerdote en la cara. Éste tomó del bolsillo de su pantalón un pañuelo, se limpió la cara y le dijo: “Esto me lo ha dado usted a mí. Ahora por favor deme algo para mis niños.” El hombre sorprendido por la reacción del sacerdote, sacó su cartera y la vacío sobre el sombrero. Y a partir de aquel día la institución benéfica del buen sacerdote ganó a uno de sus benefactores más generosos.
Me parece que cuando Jesús en el evangelio nos pide que ante una agresión ofrezcamos la otra mejilla, nos está pidiendo que actuemos como lo hizo el sacerdote. Cuando dice que a quien te quiera quitar la túnica, dale la capa, no se trata de dejarse aplastar, permitir que a uno le coman la partida o pasar por tonto. Se trata del autocontrol, de ser dueño de nosotros mismos y de nuestras reacciones. Y se trata, sobre todo, de introducir una lógica distinta en nuestras relaciones.
Una agresión recibida nos suele golpear dos veces. La primera con la fuerza y el daño de la agresión. La segunda, provocando que perdamos los nervios, el control sobre nosotros mismos, el dominio sobre nuestros sentimientos. Solemos responder a una agresión con un grito, un insulto, un enfado, otra agresión…, que casi siempre es resultado del genio y la ira. La agresión y la violencia introducida no solo nos golpea. También nos domina impulsando nuestra acción y reacción.
Saber soportar la agresión, controlar nuestra ira y nuestro genio, no dejándonos llevar por la violencia de esa agresión, es un arte que tienen las personas sabias y fuertes. Y es lo que Jesús nos enseña con “el poner la otra mejilla”. Nos llama al dominio de nosotros mismos. A se señores de nuestras reacciones.
Pero todavía más, se trata de invertir la lógica de la agresión y la violencia. Quien nos agrede también lo hace, en la mayoría de los casos, llevado por algo en su interior que no controla del todo. Quien agrede y ataca nos está diciendo que en su realidad personal hay algo que no funciona bien, que no está del todo integrado, que está desajustado. En definitiva, que también padece violencia de algún modo. Responder con agresión a su agresión es poner más violencia en la que padece. Lo que sólo contribuye a que los dos nos veamos llevados a una espiral de la que no se va a poder salir.
Poner la otra mejilla es romper la espiral de violencia, diciendo que hay algo más que los roces, los conflictos y los agravios. Hay un horizonte de entendimiento y comprensión al que pertenecemos y que a todos nos hace mejor.
Cuando el sacerdote soporta el escupitajo y apunta a los niños a los que consagró su vida, está apuntando al hombre que hay algo más que el egoísmo y la brutalidad. Existe el horizonte de la bondad, la comprensión y el amor.
¿Cómo se puede vivir esto?, me diréis. Asentándonos cada día en el Bien y el Amor. Poniendo nuestros ojos en Dios. Experimentando primero nosotros que en Dios hay un espacio en el que habitar y que nos llena de bondad y generosidad.