Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy vienen muy bien en este tiempo de crisis financiera. Jesús dice, eso de dad a Dios lo que es de Dios y al emperador lo que es del emperador.
Lo escuchamos a diario. Los estados y los bancos se han endeudado tanto que no tienen dinero disponible. A algunos países, como España, esta situación no le permite crecer econónmicamente. Muchas familias padecen el desmpleo y los problemas que conlleva. Hay personas que sufren y se angustian ante el futuro. En Grecia y España, pero también en Nueva York y en otros lugares del mundo, hay protestas porque los gobiernos parece que ayudan antes a los bancos que a los ciudadanos que sufren esta situación.
Los cristianos, es claro, no podemos ignorar esta situación. No podemos mirar a otro lado, o mirar al cielo y encogernos de hombros. No podemos decir que esos problemas no tienen que ver con nosotros. La Iglesia nace de la misericordia y la compasión de Jesús. Y la Igelsia está para servir a Dios y a los hombres. O lo que es lo mismo, servir a Dios sirviendo a la humanidad.
Hay quienes han recurrido a la frase de Jesús para decir que la Iglesia no tiene que implicarse en los problemas sociales. Que su cometido es de otro orden, que es un cometido espiritual
Pero no es este el sentido de las palabras de Jesús. Él está sin duda en contra de un estado confesional, de un estado teocrático. Jesús se muestra partidario de la separación de la iglesia y el estado, es decir, que religión y vida social pertenecen a órdenes distintos. Es peligroso confundir ambos órdenes porque toda obra humana es limitada y puede siempre ser mejorada. Toda forma de orden social también lo es. Apelar a Dios y a la religión para favorecer una medida política, una organización social, un modo de convivencia, es coloerar de absoluto lo que es relativo; es dar una apariencia de definitividad lo que puede ser cambiado.
Dios inspira e ilumina nuestro comportamiento social y político. Y nos llama a los cristianos a mejorar nuestro mundo. Pero no quiere que nos equivoquemos y demos forma absoluta a lo que es relativo. Pero tampoco quiere que la Iglesia se recluya en una isla impermeable a los problemas que afectan a la humanidad. Dios quiere una Iglesia humana y para la humanidad. Servir a la humanidad, saberse responsable de los problemas del mundo es dar a Dios lo que es Dios. Es vivir la misericorida ante quien es la fuente de todo amor.