El tesoro escondido
Homilía 17 domingo tiempo ordinario. Ciclo A
La historia haba de una persona que acudió a un ermitaño que vivía pobremente recibiendo peregrinos y aconsejando a los que acudían a él. Por la región corría el rumor que era poseedor de una piedra preciosa de gran valor. A él se acercó nuestro hombre y le dijo: “He tenido un sueño en el que se me decía que te pidiera la piedra que posees. Si la recibo seré el hombre más rico del mundo.” El ermitaño entró en la casa y al rato volvió con una piedra brillante en la mano. “Debe ser esta la piedra que buscabas. Tómala, es tuya”. Nuestro hombre marchó muy contento a casa pensando que por fin iba a ser rico. Pero un pensamiento no se le quitaba de la cabeza. Le resultaba extraña la facilidad con la que el ermitaño le había dado la piedra. ¿No sería que tenía un tesoro aún mayor? Por eso, al atardecer volvió a emprender el camino de la ermita y cuando estuvo frente al ermitaño le dijo: “Dame la riqueza que hace que me entregaras con tanta facilidad la piedra.”
Ciertamente en la vida hay tesoros mayores que la riqueza económica. Y cuando uno encuentra uno de esos tesoros lo demás se sitúa en una posición secundaria. Cuando uno se encuentra con la riqueza de la vida, todo lo demás parece no tener importancia y puede desprenderse de ello con facilidad. De esa riqueza de la vida es de la que nos habla el evangelio de este domingo.
Suele ocurrir que con frecuencia a las personas les parece que en el pasado las cosas estaban mejor. O que en otros países todo está mejor organizado y funciona mejor. Solemos decir que no valoramos las cosas que tenemos cerca. Que nos acostumbramos a todo lo que nos rodea en la vida cotidiana y no sabemos apreciarlo.
Con la parábola de quien encuentra un tesoro en su campo y del comerciante que encuentra una perla de gran valor, Jesús nos quiere llamar la atención sobre la cantidad de riquezas y tesoros que nos rodean en nuestra vida cotidiana. La tierra representa nuestra vida cotidiana con sus esfuerzos, su rutina y su monotonía. Nos puede parecer poco llamativa o atrayente, pero en ella se encuentra escondido Dios. La riqueza de Dios se encuentra agazapada en las tareas de nuestra vida profesional y familiar.
Nuestra vida está llena de tesoros y grandezas que tenemos que saber descubrir. Para ello nos hace falta en primer lugar sensibilidad para ver detrás de las apariencias; para captar la grandeza de un amanecer o de una puesta de sol; de una mirada amiga, de alguien que sonríe.
Para vivir nuestra vida cotidiana como ese lugar que contiene un tesoro tenemos que cuidar, en segundo lugar, los pequeños detalles. Entre ellos se encuentra la simpatía con otras personas; saber escuchar a los otros. Normalmente lo grande se encuentra siempre escondido en lo pequeño.
En tercer lugar, y por último, es necesario aprender a aceptar los reveses de la vida como enfermedades y dificultades. También pueden ser un camino de desarrollo y maduración. También puede ser un camino para encontrarnos con Dios.
En definitiva, Dios y su reino, no se encuentran en lugares extraordinarios. Se encuentra cerca de nosotros, en lo que nos envuelve cada día. Es ahí donde podemos encontrar la riqueza de la vida. Es donde se esconde un tesoro que nos llena de alegría.
En este domingo tenemos que preguntarnos si afrontamos nuestra vida profesional y familiar; nuestros trabajos y relaciones, como ese lugar en el que se esconde un tesoro.