Persona con carácter
De una persona se dice que no tiene
carácter si se deja arrastrar por lo que en cada momento ejerce más presión. Si
en cada circunstancia se deja llevar por lo que se impone con más fuerza, o por
lo que viene envuelto en el brillo de una leve ventaja o un placer momentáneo.
Una persona sin carácter es alguien voluble. Por eso, para los demás, no es
alguien de fiar. Y se ha perdido a sí mismo al carecer de aquello que garantiza
la continuidad de su persona.
Las personas sin carácter son el
extremo de una tendencia humana. La tendencia a la debilidad y a la falta de
firmeza. Todos sabemos con que facilidad se pueden abandonar principios y
convicciones. Incluso se puede llegar a traicionar a personas queridas cuando
se sufre algún tipo de presión.
Jesús, que fue humano como nosotros,
también experimentó la fuerza de la presión. Es lo que le ocurre en el conocido
relato de las tentaciones. En esta escena de su vida se muestra a un Jesús
decidido que no cede a la presión. Sin duda Jesús era una persona con carácter.
No dejó que nadie le desviara de su camino. No perdió de vista sus convicciones.
No dio la espalda a Dios Padre en el que confiaba, ni a sus hermanos los
hombres a los que tanto quería. De esta manera nos ayuda a nosotros, que somos
menos fuertes que Él, a mantenernos firmes en el camino de la fe.
El evangelio de este primer domingo
de cuaresma es el relato de las tentaciones. Nos recuerda que, en muchas ocasiones,
sentimos la presión para abandonar el camino del bien, del amor, de la fe. Para
resistir a esa presión tenemos a nuestro alcance el mismo recurso que Jesús
utilizó. La confianza en Dios y en su palabra. En la vida de Jesús, la
confianza en Dios Padre era un anclaje que le sujetaba con firmeza frente a los
vaivenes de cada día.
Porque Jesús fue fiel a Dios Padre,
a sus convicciones, a la misión recibida, se convierte en salvador y referencia
para todos nosotros. Y nos ofrece su persona para que nos sujetemos en el mismo
anclaje que afianzaba su vida. Sujetados a Jesús permaneceremos también
nosotros anclados en la confianza en Dios. Desde allí podremos caminar
tranquilos por los caminos de la vida, sin que la presión de las circunstancias
pueda apartarnos de la senda del bien.