Homilía 1 Domingo de Cuaresma, Ciclo C. Domingo 17 de febrero 2013. Lc 4, 1 13


Persona con carácter

De una persona se dice que no tiene carácter si se deja arrastrar por lo que en cada momento ejerce más presión. Si en cada circunstancia se deja llevar por lo que se impone con más fuerza, o por lo que viene envuelto en el brillo de una leve ventaja o un placer momentáneo. Una persona sin carácter es alguien voluble. Por eso, para los demás, no es alguien de fiar. Y se ha perdido a sí mismo al carecer de aquello que garantiza la continuidad de su persona.

Las personas sin carácter son el extremo de una tendencia humana. La tendencia a la debilidad y a la falta de firmeza. Todos sabemos con que facilidad se pueden abandonar principios y convicciones. Incluso se puede llegar a traicionar a personas queridas cuando se sufre algún tipo de presión.

Jesús, que fue humano como nosotros, también experimentó la fuerza de la presión. Es lo que le ocurre en el conocido relato de las tentaciones. En esta escena de su vida se muestra a un Jesús decidido que no cede a la presión. Sin duda Jesús era una persona con carácter. No dejó que nadie le desviara de su camino. No perdió de vista sus convicciones. No dio la espalda a Dios Padre en el que confiaba, ni a sus hermanos los hombres a los que tanto quería. De esta manera nos ayuda a nosotros, que somos menos fuertes que Él, a mantenernos firmes en el camino de la fe.

El evangelio de este primer domingo de cuaresma es el relato de las tentaciones. Nos recuerda que, en muchas ocasiones, sentimos la presión para abandonar el camino del bien, del amor, de la fe. Para resistir a esa presión tenemos a nuestro alcance el mismo recurso que Jesús utilizó. La confianza en Dios y en su palabra. En la vida de Jesús, la confianza en Dios Padre era un anclaje que le sujetaba con firmeza frente a los vaivenes de cada día.

Porque Jesús fue fiel a Dios Padre, a sus convicciones, a la misión recibida, se convierte en salvador y referencia para todos nosotros. Y nos ofrece su persona para que nos sujetemos en el mismo anclaje que afianzaba su vida. Sujetados a Jesús permaneceremos también nosotros anclados en la confianza en Dios. Desde allí podremos caminar tranquilos por los caminos de la vida, sin que la presión de las circunstancias pueda apartarnos de la senda del bien.