La pregunta del aprieto
Hay preguntas que uno agradece que se las formulen porque, en una conversación, ayudan a hablar sobre algo que de otra forma se pasaría de largo. Hay preguntas que uno se alegra de escuchar porque son ocasión para mostrar lo mucho que uno domina un tema. Pero hay otras preguntas que nos ponen en un aprieto. Son aquellas que reclaman nuestro compromiso; que inquieren por nuestra postura personal; que descubren nuestra actitud.
Cuando converso sobre temas religiosos sé que llegará el momento en el que alguien te dice: “Todo esto de lo que hablas está muy bien, pero ¿tú cómo lo vives? ¿qué piensas tú de ello?”. Es lo que llamo la pregunta del aprieto. Aquí no suelen valer respuestas evasivas. Uno tiene que definirse, tomar postura.
De este tipo de preguntas es la que Jesús dirige a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo’”. No es una pregunta que pueda ser respondida solamente con una teoría. Jesús no quiere escuchar solamente la respuesta del catecismo. Busca desentrañar la actitud hacia su persona. La pregunta de Jesús podría ser traducida de esta manera: “Y yo ¿qué papel tengo realmente en tu vida? ¿Qué significado tiene mi persona en tus actitudes, en tu modo de comportarte?”
No es una pregunta que pueda ser respondida de una vez para siempre. Se responde a lo largo de la vida y en la medida que dejamos que el evangelio impregne nuestra persona. Y decir evangelio es decir entrega a Dios y servicio al prójimo. Es en el camino del seguimiento de Jesús, en su relación con Él; en las actitudes y comportamientos donde vamos diciendo quién es Jesús para nosotros.