Homilía 16 domingo tiempo ordinario
El leñador y el jardinero
Hoy vamos a contar el cuento del leñador y el jardinero
Todos saben que los árboles frutales son árboles que tienen frutas durante un espacio breve de tiempo. En otoño pierden las hojas y en invierno están desnudos, parecen secos y no sirven ni para dar sombra.
Un arbolito frutal estaba en un invierno todo desolado porque no tenía ni frutos ni hojas. Nadie se fijaba en él. Ni siquiera los pájaros venían a posarse en sus vacías ramas. Un buen día apareció un leñador y nuestro árbol sintió miedo. Había oído hablar de los leñadores. Eran hombres fuertes que con grandes hachas destruían las maderas que encontraban hasta hacerlas astillas. Nuestro árbol tenía tanto miedo que comenzó a llorar mientras veía que el leñador se acercaba.
El leñador venía cantando, y nuestro árbol pensó que no se debe tener miedo a una persona que viene cantando. Pues si canta es que está feliz y contento. Y las personas felices y contentas no agreden a los otros.
Cuando el hombre estuvo frente al árbol le dijo: "No tengas miedo". Yo no soy un leñador. Soy un jardinero. La diferencia entre un leñador y un jardinero es que el leñador corta todo el árbol, con sus ramas secas, pero también sus ramas vivas. El jardinero deja estar todas las ramas, las secas y las vivas, hasta que las secas son suficientemente grandes para cortarlas.
Una de las preguntas que podemos hacernos en la vida es qué actitud tenemos ante el mal, como actuamos antes las cosas que están mal. Supongo que la mayoría responderíamos que actuamos con rechazo. Al mal hay que oponer nuestro rechazo. Pero el rechazo a veces tiene una forma tan destructiva que arranca no sólo lo malo, sino también lo bueno.
En el evangelio de este domingo Jesús nos recuerda que lo bueno y lo malo con mucha frecuencia se encuentran juntos, crecen entrelazados. Y debemos cuidarnos de no caer en el peligro de arrancar lo malo tan pronto y con tanta violencia, que arrastremos también lo bueno. Es mejor dejarles crecer juntos hasta que podamos distinguir con toda claridad lo bueno de lo malo y poder arrancar lo malo sin dañar a lo bueno.
Las palabras de Jesús son una advertencia para nuestro afán de perfección y de purismo. Es una advertencia para todos esos que dicen: "esto lo arreglo yo en dos días". Las personas y la realidad solemos ser complejos. Y el hecho de la complejidad se encuentra en que lo bueno y lo malo van juntos, se entrecruzan. En nosotros mismos convive el mal con el bien.
Dios no es un leñador que queriendo arrancar el mal arrase con todo. Dios es un jardinero inteligente y paciente que sabe esperar hasta que demos buenos frutos. Debemos aprender de este buen jardinero. Si queremos destruir el mal deberíamos ayudar a que el bien crezca tanto que lo podamos distinguir del mal y podamos acabar con él.