Expresar la relación con Dios
En el evangelio de hoy se cuenta que
Jesús subió a lo alto de un monte con algunos de sus discípulos. Es un pequeño
grupo el que acompaña a Jesús. En la cumbre de la montaña le contemplan en una
perspectiva nueva y desconocida. En este momento Jesús se encontraba en una
situación difícil y decisiva para su vida. Acababa de vivir la muerte de Juan
el Bautista y tenía que decidir si subía o no a Jerusalén para continuar con su
misión. Quería tomar la decisión tranquilo, en silencio y orando. Tenía que
preguntarse cuál era la voluntad de Dios para su vida.
Orando, Jesús concuerda su voluntad
con la de Dios Padre. Y al acoger la voluntad de Dios el exterior de Jesús se
transfigura. Al acordar su voluntad con la de Dios Padre recibe la fuerza para
llevar a término su misión. Una fuerza que es el reflejo y la proyección al
exterior de la presencia de Dios que llenaba el interior de Jesús. La
transfiguración no es más que la expresión hacia fuera de la relación con Dios
que Jesús vivía en su interior.
Aupado por la fuerza de Dios, Jesús
puede bajar del monte. A diferencia de Pedro, que propone quedarse en lo alto
de la montaña, Jesús decide continuar su misión, aunque ese camino conduzca a
la cruz. El camino de descenso del monte Tabor se prolonga en la ascensión al
Gólgota.
Tabor y Gólgota están muy próximos y
se encuentra en relación. Y esa relación nos dice que la transfiguración, el
reflejo en el mundo de la fuerza y la presencia de Dios, no es algo pasajero.
No es una ilusión momentánea ni una emoción que brilla un rato para
desvanecerse después. La presencia de Dios Padre acompaña a Jesús en todos los
momentos de su vida. Y se va a enraizar definitivamente en nuestra tierra
cuando Jesús en el grito de la cruz entrega su vida al Padre. Dios no está con
nosotros solo en los momentos brillantes. También nos acompaña en la oscuridad.
También lleva nuestras vidas en los momentos de dificultad.