32 Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 10 de noviembre de 2013. Lc 20, 27-38

Dios no es un juego de especulación



Es evidente que en nuestra cultura Dios se ha convertido para muchas personas en una realidad extraña. No suele ser objeto de preocupación y por eso ha desaparecido de nuestras conversaciones cotidianas. En la vida social se le nombra en alguna ocasión pero no tiene una presencia continua. También en la iglesia podemos olvidarnos de la centralidad de Dios. Podemos preocuparnos y ocuparnos con otras cosas, desviando nuestra atención de lo que constituye el centro de nuestra fe.

De Dios nos resulta siempre difícil comunicar su realidad, y lo que nosotros vivimos de Él, a otras personas. Siempre resulta más fácil hablar “a Dios” que hablar “de Dios”. Esto es así porque Dios es un interlocutor antes que un objeto del pensamiento. A Dios solamente se le puede conocer en profundidad cuando estamos en relación con Él. Y propiamente dicho no se puede hablar de Dios si antes no hemos hablado con Él.

La humanidad siempre corre el peligro de hacer de Dios un tema del pensamiento y un objeto para la especulación. Y puede olvidarse que Dios es nuestro interlocutor. El evangelio de este domngo  presenta a unos que se acercan a Jesús y le preguntan si Dios puede resolver una de sus especulaciones. Y Jesús les recuerda que Dios no está para resolver acertijos sino que lo que nos ofrece es su relación que acompaña nuestra vida.

Alguien dijo una vez, “dime en que Dios crees y te diré que clase de persona eres”. La imagen que tengamos de Dios tiene que ver con nuestro modo de vivir. Dios no tiene que ver con especulaciones extrañas ni es la solución a enigmas complicados. Tiene que ver con nuestra vida, con lo que cada uno de nosotros somos, con el mundo que nos envuelve, y con las relaciones que mantenemos con los demás. Como dice Jesús, Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. A Dios no se le encuentra en los caminos enrevesados de la especulación. Nos espera en el camino bullicioso de la vida.