Raíces en el cielo
En nuestra vida son muy importantes las raíces.
Son esas referencias primeras y más básicas de nuestra existencia. La tierra
que pisamos por primera vez, los juegos de la infancia, la acogida vivida
diariamente en la familia…Las raíces sostienen nuestra identidad, nos ayudan a
superar los sentimientos de soledad y desvalimiento, y enmarcan nuestra vida en
un sentido.
Los cristianos además de las raíces de la tierra
también tenemos raíces en el cielo. Estamos enraizados en Dios. Bíblicamente,
el cielo es el lugar donde Dios vive. El cielo no está en las nubes; está allí
donde Dios existe. Y como Dios está en nuestro corazón y en la historia también
allí se encuentra el cielo.
En el evangelio de este domingo Jesús dice a sus
discípulos que estén tranquilos, que él va a prepararles un lugar junto a Dios.
Jesucristo nos enraíza en el cielo, en el lugar de vida de Dios. De este modo
amplía las referencias de nuestra identidad y otorga una nueva visión de
nuestra existencia.
El ser humano suele llegar allí donde apunta su
mirada. Quien mira hacia abajo suele permanecer a ras de suelo. Quien mira a lo
alto suele elevarse por encima de sí mismo y de sus circunstancias. Jesucristo,
al enraizarnos en Dios, nos lleva a mirar hacia lo alto. No para desentendernos
y despreocuparnos de nuestra tierra y nuestra historia, sino para poner un
color nuevo en nuestra mirada que nos mueva a vivir de otra manera y a
transformar las cosas. Todos llegamos a donde apunta nuestra mirada y si el
centro de nuestra visión es Dios, también Él será la meta de nuestra vida. Y
podremos poner algo de Dios y de su vida en todo lo que nos rodea.
Jesucristo viene a decirnos que no somos personas
sin hogar, que nuestra vida no tiene porqué estar desprotegida y desvalida, que
no tenemos porqué sentirnos solos. En Dios tenemos un hogar que nos acoge y nos
acompaña durante nuestra existencia. Y en el cual terminaremos los días de
nuestra vida.