La grandeza de quien se pone en lugar del otro
Lo que cada uno de nosotros somos en la vida, depende entre otras muchas
cosas, de las personas con las que nos hemos relacionado. Quien ha tenido la
suerte de encontrarse con personas realmente grandes, seguramente que le han
ayudado a elevar su personalidad.
La grandeza de una persona no la otorga principalmente sus éxitos
profesionales, el dinero o la posición social alcanzada. La grandeza de una
persona se mide por su modo de relacionarse con los demás. La grandeza de una
persona se encuentra en que en su vida haya sitio para los otros En que no esté
solamente referido a sí mismo y haga que todos tengan que girar en torno a él.
Es grande la persona que sabe ponerse en el sitio de otros; que comprende al
prójimo; que nunca mira por encima del hombro, sino que se pone a nuestro
nivel; que no es de los que solamente hablan ellos sino que sabe escuchar.
Jesús fue una persona grande. En el evangelio de este domingo se dice que
Jesús se bautizó en un bautismo general. Este gesto al inicio de su vida pública,
al comienzo de su predicación, es una acción que anuncia su modo de
relacionarse con los demás y el contenido de su misión.
Se podría decir que en el bautismo Jesús acude a Juan para ponerse en la
fila de los pecadores. Él, que era bueno y no tenía pecado, se pone junto a
nosotros para compartir nuestro destino. La redención de Jesús no es una
redención que se realice mirándonos desde arriba, sino poniéndose en nuestro
lugar y comprendiendo nuestra situación.
La tradición de la Iglesia lo ha reconocido siempre. La grandeza de Jesús
se encuentra en su sencillez y humildad. En que en su vida había sitio para
nosotros. Allí hay sitio para mí y para ti. Todos experimentamos la grandeza de
Jesús cuando nos acercamos a él y dejamos que nos cure nuestras heridas. En
esos momentos sucede como nos cuenta el evangelio que sucedió en el momento de
su bautismo. Los cielos se abren y escuchamos una voz que nos dice que en Jesús
cada uno de nosotros somos admitidos en el cielo. Que cada uno de nosotros
tenemos un lugar junto a Dios.
En la fiesta de hoy recordamos nuestro propio bautismo por el que hemos
sido incorporados a Cristo. Hemos comenzado una relación con Él. Unidos a Cristo
nuestra vida ha entrado en la intimidad de Dios.