Homilía. Domingo bautismo del Señor. Ciclo C. 10 de enero de 2010



Dios es el origen de Jesús

Cuentan que cuando Napoleón estaba confinado en la isla de Elba solía conversar con las personas cultas del lugar sobre distintos temas y preocupaciones. Era la época de la ilustración en donde se pretendía encontrar el fundamento racional de todo lo que envuelve la vida humana. En una ocasión discutían sobre la divinidad de Jesús. Algunos de los participantes argumentaban en favor de la condición divina de Jesús. Otros, al contrario, decían que era un mito con el que se expresaba que Jesús, como mucho era una personalidad humana excepcional. Después de un tiempo de debate tomó la palabra Napoleón y con toda solemnidad sentenció: “Yo conozco muy bien a la humanidad y les aseguro que Jesús es más que humano”.

La intervención de Napoleón respaldó a quienes defendían la condición divina de Jesús. Lo hacía desde su experiencia que trasluce desconfianza en la condición humana. Y esa desconfianza es precisamente algo opuesto a lo que Dios nos quiere transmitir con la encarnación. El hacerse hombre de Dios es expresión de su confianza en las posibilidades de la humanidad. El reconocimiento de la divinidad de Jesús no puede conllevar el escepticismo ante todo lo humano. Al contrario, nos abre la esperanza sobre las posibilidades del ser humano cuando sobre la vida humana sopla el espíritu de Dios.

En la escena del bautismo de Jesús, tal y como lo recogen los evangelios, se proclama el origen divino de Jesús. Hay algo en la vida de Jesús que apunta a un origen distinto a nuestra historia; diferente a nuestras capacidades y posibilidades. Cuando nos encontramos en profundidad con Jesús se nos apunta a ese origen. Y esa mirada no nos aleja del mundo y sus problemas. Al contrario. El Dios del que procede Jesús y el que con su voz nos pide que le reconozcamos como su enviado, ese Dios, es también el que cada días nos dice: “Haced como yo: sed humanos”.

Homilía 2 Domingo de Navidad. 3 de Enero de 2010


PALABRAS COMO ABRAZOS


Un gran poeta de este siglo hablando de sus poemas decía en una ocasión que sus versos eran apretones de mano dirigidos a la humanidad. Decimos que las palabras se las lleva el viento. Pero las palabras no son sólo aire. Tienen la capacidad de tocar y afectar a las personas por dentro. Crean relaciones y tejen vínculos. Por eso las palabras son tan decisivas en la vida humana. Una palabra mal dicha puede herir más que un cuchillo, puede derribar la confianza de una persona, puede rasgar relaciones. Afortunadamente también una palabra bien dicha puede curar heridas, puede secar lágrimas, puede despertar indiferencias.
Cuando pienso en el sentido que tiene esas frases que presentan a Jesús como la palabra de Dios me acuerdo siempre de ese comentario del poeta. Jesús, Verbo divino, es el apretón de manos que Dios dirige a la humanidad. Es el vínculo sobre el que el buen Dios construye su relación con nosotros. En Jesús Dios quiere tocarnos y conmovernos desde dentro de nuestra humanidad.
Cuando el evangelista San Juan en el texto del evangelio para este domingo canta a la palabra de Dios lo que hace es describir una parte muy importante de la realidad de Dios. El Dios de la tradición judeo-cristiana es el Dios de la palabra. Un Dios comunicativo es un Dios que, al contrario de lo que algunos piensan, no es un obstáculo a la libertad humana. Quien establece una relación a través de la palabra deja tiempo para la respuesta.
El Dios que dice su palabra nos convierte a nosotros en interlocutores, El Dios de la palabra nos da, a su vez la palabra para que también nosotros la pongamos en circulación para crear vínculos, para mantenernos unidos, para fortalecer a los abatidos. Dios nos abraza en su palabra para que nuestras palabras también puedan llegar a ser abrazo para otros.