Homilía 11 domingo tiempo ordinario. Ciclo B. 17 de junio de 2012


Ejercitar la paciencia


En nuestra vida diaria todos tenemos que ejercer repetidamente nuestra paciencia. Por ejemplo en el supermercado, cuando con prisa esperamos en la cola de la caja y los clientes, antes de nosotros, sacan con parsimonia sus productos, se entretienen charlando con la cajera, rebuscan en su cartera el céntimo que no acaba de aparecer. Por no decir al volante, cuando el conductor que nos precede circula despacio buscando aparcamiento, y al encontrar uno no acaba de terminar con la maniobra de estacionamiento, deteniendo nuestra marcha por algunos minutos.

Muchos de nosotros no estamos dotados de la virtud de la paciencia y recurrimos pronto a pitar con el claxon al coche de adelante, o murmuramos ante la lentitud de los clientes que nos preceden. Quizás la vida en las sociedades modernas con las prisas, la presión de tantas cosas por hacer, nos ponga al límite de la paciencia.

Pero hay cosas que no se pueden hacer apresuradamente. Hay que dejarlas crecer despacio. Por ejemplo, el cuidado de un niño, de un hijo pequeño, que pide comer cuando tiene hambre y no cuando a nosotros nos conviene. También cuando empieza a caminar, a hablar, a leer…Ni la prisa ni la presión pueden acelerar el proceso de crecimiento.

Lo mismo ocurre cuando queremos realizar algún aprendizaje, por ejemplo un idioma extranjero, el inglés. Aprenderemos paso a paso y despacio. Y de nada sirven los apresuramientos.

Jesús nos dice en el evangelio de este domingo que con el Reino de Dios y con nuestra fe también debemos ser pacientes. Nuestra relación con Dios y el cambio que conlleva crece despacio y de nada sirve presionar. En ocasiones nos encontramos con personas que dicen que nunca son capaces de responder a Dios en el nivel que ellos creen que Dios espera y se desaniman. Otros comentan que no siempre perciben a Dios actuando en sus vidas. Hay quienes a veces se cansan de hacer siempre el bien a los demás y comprobar lo poco que son correspondidos.

En todas esas ocasiones Jesús nos dice que tengamos paciencia. Que la relación con Dios es como el crecimiento de una planta. Necesita el paso del tiempo silencioso hasta que un día fructifique. Lo mismo pasa con el bien. Todo el bien que hagamos germinará y brotará algún día, aunque de momento no percibamos las consecuencias.

Nuestra tarea como cristianos es sembrar la buena noticia de Jesús, los valores del evangelio. Dios es el que los hace crecer para que den fruto cuando sea el momento. Lo nuestro es hacer el bien, dejar que la relación con Dios crezca, que nuestra vida cristiana se desarrolle con paciencia.