La sabiduría de la vida
Una antigua historia cuenta que un joven príncipe asumió la regencia del
reino tras la muerte repentina de su padre, el rey. Como quería reinar bien y
sabía que tenía mucho que aprender, pidió a los sabios de su reino que reunieran
toda la sabiduría sobre la vida. Los sabios se pusieron a trabajar y tras
treinta varios años de esfuerzo compusieron una obra de más de 40 volúmenes.
Como el rey no tenía tiempo para leer toda esa obra les pidió que resumieran lo más
importante. Los sabios se pusieron manos a la obra y tras diez años recogieron
lo más importante de esos volúmenes en un libro de 500 páginas, y se lo
presentaron al rey que ya se había convertido en un anciano. El rey volvió a
decirles que no tenía tiempo para leer ese libro y que resumiesen su contenido.
Tras cinco años de trabajo acudieron a la corte y encontraron al rey en el
lecho de muerte. Habían resumido toda la sabiduría de la vida en una frase: “La
gente vive, busca la felicidad, sufren y mueren. Y lo que permanece sobre todas
las cosas es el amor que reciben y dan a otros.”
¿Qué es lo que permanece en nuestra vida, tras nuestros esfuerzos y
trabajos? El amor que recibimos y damos a otros. Estas son también las palabras
que Jesús dice a sus discípulos poco antes de su muerte.
Los discípulos habían sido testigos del mensaje que Jesús había proclamado.
Habían escuchado sus explicaciones y asistido a sus discusiones con los sabios
religiosos de su tiempo. Habían contemplado las curaciones de Jesús, su
cercanía con los enfermos y pobres…Y ¿qué quedaba de todo el mensaje y de todas
las acciones de Jesús? ¿En qué se resume su mensaje?
Los discípulos sabían que nuestro mundo necesita personas como Jesús.
Necesita sus palabras y sus gestos. También recordaban que Jesús les había pedido
que anunciaran su Reino. Pero sentían que esa tarea excedía sus capacidades y
fuerzas. Y no sabían cómo continuar.
En las escenas de la resurrección se dice que Jesús aparece en medio de sus
discípulos y habla con ellos. Les dirige su palabra y al escucharle se llenan
de fortaleza y ánimo. Lo mismo nos ocurre a nosotros cuando recordamos las
palabras de su despedida que recoge el evangelio de este domingo.
Jesús dice a sus discípulos: “Me voy al Padre, pero no os dejo solos. Sigo
estando cercano a vuestra vida, tan cerca como la palabra de una oración.
Vosotros sois mis amigos y voy a ayudaros a que vuestra vida esté llena de
alegría”.
Jesús conoce los misterios con los que Dios gobierna el mundo. Es la
realidad del amor. Por eso el amor sintetiza su mensaje y su obra.
Todo este mensaje es buena noticia que nos anima y da fuerzas en la vida.
Dios nos ama. Nuestro creador y salvador nos presta atención, nos otorga
reconocimiento; nos trata como amigos.
Y lo bueno de todo esto es que también nosotros podemos entregar ese mismo
amor a otros. Podemos ser apoyo y acogida de otras personas. Podemos irradiar
algo del amor de Dios.
Ciertamente, lo que queda de la vida, es el amor que recibimos y damos a
otros.