Homilía 4º domingo de Pascua. Ciclo A. Domingo 15 de mayo de 2011

Homilía 4º domingo de Pascua

Dios, nuestro hogar

Hace algunos días una persona conversaba conmigo recordando los días de su infancia en el hogar junto a su familia. Entre las cosas que me decía recuerdo sobre todo un comentario casi al margen. “Cuando fuera hacía frío, en mi casa siempre había calor”. El calor es quizás lo que distingue sobre todo un hogar. Un calor hecho de relación, confianza y afecto.

En la vida es muy importante tener un hogar. Es el lugar en el que acogemos el don de la vida, aprendemos a relacionarnos con los otros, abrimos nuestro mundo interior…

La imagen del hogar es una imagen apropiada para expresar la realidad de Dios. Para los creyentes Dios es el hogar en el que descansamos, reponemos fuerzas y sanamos nuestras relaciones con nosotros mismos, los demás y el mundo. Por eso, fuera de la relación con Dios a veces lo que abunda es la inquietud. Dostoievski decía en una de sus novelas que no conocía a ninguna persona sin Dios, conocía a personas inquietas. Antes que él ya lo había visto San Agustín que decía: “nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón inquieto está hasta que no descanse en ti”.

Cuando Jesús en el evangelio de este domingo habla del Buen Pastor que cuida de las ovejas nos transmite la idea de un hogar en el que somos acogidos, confortados, y en el que nuestra persona recibe los cuidados necesarios para sostenerse en la vida.

La imagen de un pastor que entra por la puerta, da la que habla el evangelio de hoy, se refiere a una práctica común en Palestina. Varios rebaños, procedentes de pastores diferentes, podían pasar la noche en un mismo recinto cerrado y custodiados por un único vigilante. Por la mañana los pastores cruzaban la puerta de ese recinto para recoger las ovejas de su rebaño.

Dios es un hogar para la vida humana y Jesucristo es la puerta que nos hace pasar a ese lugar de acogida y cuidados.

Quien ha tenido un hogar, quien ha recibido cuidados, también procura hospitalidad para otras personas. Por eso, la comunidad cristiana que se sabe acogía y sostenida en el hogar de Dios, es llamada a ser lugar de acogida y encuentro, un hogar en el que todos encuentren descanso y apoyo.

NO OLVIDAR

No olvidar

Hace unos días asistí como sacerdote a la celebración del matrimonio de dos jóvenes simpáticos e ilusionados. Me pidieron que acudiera con ellos al ensayo que tenían con otras dos parejas jóvenes en la iglesia donde iba a celebrarse el matrimonio. Nos atendió un sacerdote que dirigió muy bien el ensayo. Me pareció una buena idea que las jóvenes parejas tuvieran ocasión de ensayar lo que iban a celebrar. Es un modo de romper el miedo y los nervios y de llamar la atención sobre aspectos a tener en cuenta: el modo de entrar, la colocación de los novios, la forma de realizar la ceremonia, etc.

Cuando llegó la hora de pronunciar la formula del consentimiento uno de los chicos la expresó de corrido. Se la había aprendido de memoria. Parecía que estaba muy ilusionado y muy metido en lo que iba a celebrar. El haberse tomado la molestia de aprender de memoria la formula era una señal de lo importante que era para él la celebración. Quería hacerlo sin tener que mirar los papeles del formulario.

De regreso a casa pensaba que ojalá no olvidara nunca lo que iba a prometer. La cuestión no era saberse de memoria la formula del consentimiento matrimonial, de la promesa de amor. Lo decisivo es no olvidar lo que iba a prometer; no olvidar la promesa. Tenerla presente todos los días de su vida. Todos los momentos de la existencia.