Fiesta del Corpus Christi
El escritor checo, Franz Kafka, tuvo
un relato póstumo, que se piensa que es un retrato autobiográfico. Fue conocido
después de su muerte. La narración se titula “Un artista del hambre”. En el
relato se nos presenta una figura extraña. La de un ayunador profesional que es
exhibido de pueblo en pueblo. Los adultos se divertían al contemplar una figura
en los huesos. Los niños se asustaban. Unos vigilantes hacían guarda ante su
jaula para certificar que el hombre nunca comía. Y el empresario no le dejaba
ayunar más de 40 días seguidos para no poner en peligro su vida. Poco a poco el
interés del público cambió y el espectáculo del ayunador profesional ya no
gustaba. Fue contratado por un circo, pero los visitantes tampoco se fijaban en
él. Después de algún tiempo los encargados del circo se acuerdan del ayunador
profesional y se ofrece un diálogo. Cuando le preguntan por la razón de su
ayuno, la respuesta es “porque no puede evitarlo”, pero ¿por qué no podías
evitarlo? –le pregunta el responsable del circo. “Porque no pude encontrar
comida que me gustara”. Y Kafka finaliza su relato diciendo que sus ojos expresaban la convicción de que tendría
que seguir ayunando.
Kafka parece indicar que en nuestra vida hay un sabor y un gusto que no se
satisface con nada de lo que podemos encontrar en nuestro mundo. Hay un gusto
para el cual no encontramos correspondencia total en el mundo que nos rodea. Es
el gusto por la verdad, por el sentido de la vida y su plenitud. Lo que se
ofrece en el mercado de productos y opiniones no sirve para satisfacer aquella
hambre. El artista del hambre parece tener un gusto tan refinado que escapa de
las banalidades que ofrece la sociedad de consumo. Pero él permanece fiel a su
gusto y sigue buscando lo que le pueda satisfacer.
En la biblia se recurre repetidamente a la metáfora del pan, del hambre y
la sed. El profeta Amós dice: “He aquí vienen días - dice el Señor- en que enviaré hambre sobre la tierra. No hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la Palabra del Señor (Amós 8,11). Nuestra fe no se conforma con lo que hay. Aspira a algo
más. Es llevada por el gusto supremo de la verdad, la justicia. Los creyentes debiéramos
cultivar un hambre eterna, que no pueda ser satisfecha más que por el Mesías.
El hambre eterna que los humanos tenemos se satisface por la presencia del salvador.
Por eso Jesús nos dice “Yo soy el pan de vida”.
En este día de Corpus Christi podemos preguntarnos si en nuestro mundo
sigue habiendo “artistas del hambre”. Personas que dotadas de un gusto supremo
no se conformen con lo que la sociedad de consumo nos ofrece, y salgan buscando
la plenitud, la vida. Jesucristo nos da su pan. ¡Qué no perdamos nunca el
hambre y el gusto por ese pan!