Homilía 21 domingo tiempo ordinario. 26 de agosto de 2012. Jn 6, 55. 60 -69

El camino de la fe


Todavía me acuerdo de uno de los mejores profesores que tuve en el bachillerato El primer día de clase yo y mis compañeros pensamos que nos había tocado lo peor del o instituto.  Mas aún, lo peor de todo el sistema de enseñanza. Era un profesor de literatura. Tenía un sistema de enseñanza al quno estábamos acostumbrados. Nos dictaba unas fichas que él había confeccionado sobre las principales obras de cada autor. A ellas añadíamos algún fragmento de la misma que teníamos que comentar. La presentación de cada auto9r venía precedida de una contextualización histórica con una profusión de nombres y datos, que al principio no nos sonaban a nada.

Pasada la sorpresa del primer momento nos fuimos acostumbrando y familiarizando con su método de enseñanza. Creo que la mayoría de sus alumnos le recordamos como uno de los mejores profesores de nuestra vida. Nos enseñó a disfrutar de la literatura, a trabajar y pensar por nuestra cuenta, a saber relacionar las expresiones de la cultura con su momento histórico. Cuando llegamos a la universidad agradecimos aquel método de trabajo.

A todos nos pasa alguna vez. Nos encontramos con personas que al principio no nos caen bien, no entendemos su modo de hablar, y nos suscitan rechazo. Con el paso del tiempo nos vamos familiarizando con su persona, pensamos mejor lo que nos dicen y acabamos teniendo una buena relación, apreciamos sus palabras, y sobre todo entendemos mejor el significado de sus gestos y palabras. Para conocer a las personas que nos resultan chocantes y para entender sus palabras necesitamos tiempo. Necesitamos abrir un proceso de encuentro y reflexión.

Si atendemos al evangelio de este domingo lo mismo nos pasa con las palabras de Jesús, lo mismo nos pasa con la fe. El evangelio que escuchamos este domingo comienza reconociendo la dificultad y dureza del lenguaje de Jesús. Y acaba con la confesión de Pedro - que es nuestra propia confesión- en la que dice: Tú tienes palabra de vida eterna. Entre la primera declaración y la última confesión se encuentra todo un proceso de fe, que puede ser muy largo, que puede durar todo la vida. 

A todos nosotros nos sucede que algunos textos del evangelio nos resultan chocantes, difíciles de entender, duros. Por ejemplo cuando Jesús dice que el que no deja padres por Él no es digno del reino de los cielos. O cuando dice que al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y podíamos señalar muchos más textos

Soy partidario de leer la palabra de Dios tal y como está escrita, sin evitar pasajes difíciles. Esos textos que cuesta más entender tienen una función. Sacarnos de lo acostumbrado y llevarnos mas lejos; hacernos pensar más; profundizar en lo adquirido. Ante un texto que no entendemos nos esforzamos por encontrar un sentido aunque esto nos lleve varios días de darle vueltas a ese texto.

El evangelio de este domingo nos dice que la fe es un proceso, es un camino, por el que vamos cambiando nuestra percepción de las cosas, en el que vamos conociendo mejor a Jesús y entendiendo sus palabras. No podemos desanimarnos si hay palabras de Jesús, que al principio nos resultan difíciles, e incluso incomprensibles. Debemos insistir, permanecer, pensar mas y superar lo hecho y acostumbrado. Si tenemos paciencia y nos esforzamos por pensar y reflexionar. Por pedir ayuda a quien nos lo sabe explicar, o fortalecer y ampliar nuestra fe con.lecturas y cursos de formación, al final acabaremos diciendo que Jesús es un buen maestro y que sus palabras lo son de vida eterna.

La fe es un proceso de lo extraño a lo conocido, de lo sorprendente a lo familiar. Dios nos pide paciencia y confianza para soportar las oscuridades de la fe, y esfuerzo para acoger y entender la palabra de Dios.


Homilía 20 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo B. 19 de agosto de 20012


YO SOY EL PAN DE VIDA



Somos  muchos los que en alguna ocasión hemos dicho a otra persona: “yo es que te comería”. Es una expresión de cariño y afecto. Con ella se quiere decir que uno se siente estrechamente unido a otra persona. El comer tiene aquí un sentido figurado.

Cuando en el evangelio de hoy Jesús dice que tenemos que comer su carne y beber su sangre para tener vida, no parece hablar en sentido figurado. Al menos la insistencia y la repetición de la misma expresión parece indicarnos que no nos encontramos ante una metáfora.

Quizás nos ayude a entender las palabras de Jesús el saber que Él no habla sólo de cariño, afecto y relación. Jesús nos habla de vida. El alimento es fuente de vida cuando se asimila en nuestro cuerpo, cuando se incorpora a nuestra realidad personal.

Comer la carne y la sangre de Jesús es integrar su realidad personal en nuestro ser. La carne y la sangre son los principios últimos de la vida de una persona. Son su realidad personal. Comer la carne y beber la sangre de Jesús quiere decir asimilar su realidad personal en la nuestra.

No podemos olvidar que la carne de Jesús fue carne golpeada y entregada. Y la sangre de Jesús fue sangre derramada. El alimento que nos ofrece es un alimento de entrega y ofrenda, es alimento de amor. Por eso produce vida. Comer la carne de Jesús y beber su sangre ofrecida y entregada en el pan y el vino de la Eucaristía, es asimilar el amor de Dios en nuestra vida; es dejar que el amor de Dios sea fundamento y origen de nuestra existencia.

Mientras asimilamos los alimentos nuestro organismo se regenera y transforma. La madre Teresa de Calcuta decía que nadie debería salir de la iglesia igual que ha entrado. El paso de Dios, la participación en una celebración cambia y transforma la vida. Cuando los creyentes tomamos el pan del cielo, el pan transformado por la fuerza del Espíritu, en presencia de Cristo, ese pan nos transforma a nosotros. En la puerta de una iglesia se encontraba escrito el cartel: “Aquí se viene a amar a Dios; de aquí se sale a amar a los hombres”. El pan y la bebida de Cristo nos transforman en instrumento de amor.