LA
VERDADERA RIQUEZA
El ojo de una aguja era un portón que tenían en la parte lateral para entrar a Jerusalén y otras ciudades amuralladas. La puerta principal se cerraba después de cierta hora y los mercaderes tenían que entrar por el “ojo de una aguja”, el cual se le hacia muy difícil entrar a un camello. Había que quitarle su carga, arrodillarlo y hacerlo entrar por ese portón.
Se
cuenta que un hombre llegó a las afueras de una aldea. Se dirigió a la casa
situada en el extremo del pueblo. Entrando en ella se encontró a un anciano y
le dijo: -Dame la piedra preciosa que posees.
El
anciano le respondió: ¿Qué piedra?
El
hombre le dijo: La otra noche tuve una visión en la que se me decía que a las
afueras del pueblo vivía un hombre que me entregaría una piedra que me haría
rico para el resto de mi vida.
El
anciano le dijo: Supongo que será esta piedra que encontré en el bosque. Tómala.
El
hombre se quedó admirado. Le entregaban un enorme diamante. Lleno de alegría
llegó a su casa. Pero por la noche no podía dormir. Se preguntaba por qué le
había entregado el diamante con tanta facilidad.
A
la mañana siguiente regresó junto al anciano y le dijo: Dame la riqueza que te
hace desprenderte tan fácilmente de ese diamante
Seguro que aquel anciano
había descubierto que el dinero ni es la única ni es la riqueza más importante
que el ser humano pueda tener. Es lo que Jesús le quiere transmitir al joven
rico. Aquel muchacho, cumplidor de la ley que quería alcanzar la vida eterna.
Jesús le dice que además de cumplir la ley tiene que dejar su riqueza, darla a
los pobres y seguirle. Pero no estaba dispuesto a entregar su riqueza. Pensaba
que era lo más valioso que tenía. No había descubierto la riqueza de Jesús. Así lo presenta el evangelio de este domingo
El mensaje del evangelio nos
dice que hay una riqueza mayor que la de acumular bienes. Es la de experimentar
la utilidad de la propia existencia, la de servir a los demás, la de trabajar
por mejorar el mundo, la de saberse responsable del bienestar de los demás, la
de desarrollar las propias cualidades, la de estar en relación con Dios…Esta
riqueza, que es la de la propia existencia, está por encima de la riqueza de
los bienes económicos. Jesús viene a ayudarnos a descubrir esta riqueza.
Supongo que quienes viven
apurados económicamente, los que son víctimas de la actual crisis económica,
los que viven bajo el signo de la pobreza, esta palabra del evangelio les
parecerá que no alivia su situación. Y es verdad. O al menos lo es en el corto
plazo. Pero también podemos preguntarnos si precisamente parte del origen de la
actual crisis no está precisamente en haber pensado que la riqueza era el valor
supremo a alcanzar en la vida. Y por conseguirla se hacía lo que fuera: mentir,
engañar, actuar irresponsablemente en el campo profesional y en el de la
política, no pensar en la responsabilidad social, en el bien de todos…Podemos
preguntarnos que si el escandaloso reparto desigual de la riqueza no es
resultado de pensar que la riqueza económica es el valor supremo, y se busca
como alcanzarla olvidando la justicia, el reparto igualitario de los bienes, el
desarrollo común.
Las palabras de Jesús hay
que entenderlas bien. Jesús no condena totalmente la riqueza. No la demoniza.
Los bienes económicos, hasta un determinado nivel, son necesarios para un vida
digna. Lo que Jesús condena es que alteremos el orden de las cosas, poniendo lo
segundo en primer lugar, y postergando lo que va primero. Jesús quiere que
volvamos a restablecer el orden humano de las cosas. Y en ese orden la riqueza
material va siempre en segundo lugar. Por detrás de la fidelidad a uno mismo,
del servicio a los otros, del esfuerzo por el bien común, de la relación con
Dios…Esta riqueza es la que de verdad llena nuestro corazón. Es el prólogo de
la felicidad y la puerta a un mundo mejor. Con Jesús descubramos la verdadera
riqueza. La que nos llena de verdad.