Homilía de Jueves Santo. Ciclo C. 28 de marzo de 2013.


DIOS SE PONE EN NUESTRAS MANOS


En la vida humana hay situaciones en las que las cosas no transcurren como nosotros quisiéramos. Pienso por ejemplo en esos momentos en los que se rompen nuestros planes. 

En los que se nos frustra un plan o se daña algo querido. En las situaciones en las que se nos critica o censura injustamente. Cuando perdemos un ser querido o nos sobreviene una enfermedad. En esas situaciones solemos poner de manifiesto lo que realmente somos, es decir, si tenemos un espíritu grande o pequeño.

Si nos fijamos en Jesús pronto sabemos cómo él vivió. Estaba siempre con gente, con pescadores, con enfermos, pobres y ricos, pecadores…Estaba siempre dispuesto para todos. Y podemos recordar la manera en la que nos hablaba de Dios y cómo ese Dios era su hogar interior. También Jesús pasó por situaciones en las que se ponía a prueba su autenticidad. Por ejemplo en la noche antes de su condena y ejecución.

¿Cómo se comportó Jesús en la noche de Jueves Santo? De una manera sorprendente. Tomando pan en sus manos dijo: “Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”. En estas palabras no se encuentra ningún resto de lamento, queja o resignación. Se podría decir que en pocas ocasiones Jesús mostró tanta calma, serenidad y seguridad como en esa noche. Precisamente cuando se le quería expulsar del mundo y de la historia Jesús dice con toda autoridad que no hay nada ni nadie que pueda frustrar su voluntad de querer estar junto a nosotros. Jesús es el Dios que está siempre junto al ser humano.

Este es el primer mensaje del Jueves Santo. El mal, el pecado, los intereses de los poderosos quieren eliminar a Dios del mundo. Pero la promesa de Jesús nos dice que no hay nada que pueda impedir que Dios esté junto a nosotros.

De este modo Jesús muestra en esta noche quién es él. No alguien que actúe reactivamente, sino que lo hace creativamente. Esto lo debemos recordar siempre que celebremos la eucaristía. No debiéramos dejar que sean la presión exterior la que determine nuestro comportamiento de cada día, sino nuestras convicciones últimas y más importantes. Debiéramos ser siempre creativos y no reactivos en nuestro comportamiento. Sabemos que esto es difícil pero para eso tenemos la eucaristía. Para que Jesús nos ayude.

Cuando Jesús dice que todos comamos de su pan. Cuando nos dice: “Comed y bebed todos de él”, se está poniendo en nuestras manos. Se pone en las manos de los hombres. Y ya lo sabemos nuestras manos están manchadas con la mentira, la injusticia, el orgullo, la vanidad..Y Jesús, a pesar de ello, se pone en nuestras manos.

El gesto de entregarse a nosotros debe despertar nuestra confianza en Dios. Nos invita a poner en él nuestro mal para que nos limpie y purifique.

Pero además, poniéndose en nuestras manos nos pide que también tengamos manos los unos para los otros. Manos que creen justicia y solidaridad; ayuda fraterna y compasión. Si Jesús viene a nosotros como el cordero no podemos recibirle siendo lobos los unos para los otros..

La celebración de la eucaristía es la celebración de una fuerza transformadora de Dios. Podríamos decir que sin sacrificio no hay transformación interior. Y sin transformación interior no hay comunión profunda. Esta es la razón de la importancia de la eucaristía que los cristianos celebramos juntos, celebramos en comunidad. Asistimos a la celebración de la Pascua de Jesús para que acontezca en nosotros lo que aconteció en Jesús: entrega, transformación interior y comunión.