Homilía de Viernes Santo. 29 de marzo de 2013. Lectura de la Pasión


AL PIE DE LA CRUZ



Hace tiempo me contó un sacerdote con muchos años de ministerio algo que le había sucedido en el primer pueblo en el que había ejercido de cura. Era un pueblo de campesinos en el que casi todos sus habitantes trabajaban en el campo.

En este lugar todos los días hacia mediodía un hombre cruzaba la puerta de la iglesia y permanecía en ella unos quince minutos. Transcurrido ese tiempo volvía a salir. El sacerdote estaba intrigado por el motivo que llevaba a esta persona todos los días a visitar la Iglesia. Por eso, un día entró en el templo para observarle. No vio nada extraño. El hombre se encontraba sentado en el primer banco de la Iglesia y miraba al crucifijo del altar. Un buen día le abordó a la salida y después de saludarle amablemente le dijo: “He notado desde hace tiempo que todos los días a la misma hora viene usted a la Iglesia. No es que me moleste, al contrario me alegra saber que viene a rezar, pero si no es indiscreción me gustaría saber el motivo de sus visitas diarias”. El hombre le respondió, “señor cura simplemente vengo a ponerme bajo el crucifijo. Miro a Jesús en la cruz y Él me mira. Eso es todo.”

“Yo le miró y Él me mira. Eso es todo”. Esta historia es una de las más bellas que se puede contar un día de Viernes Santo. Quizás todo el sentido de la celebración de este día se pueda resumir en esa frase. Mirar a Cristo y dejarse mirar por Él.

Para mirar y ponerse bajo la mirada de Cristo ni siquiera es necesario acudir a una iglesia. Basta con mirar un crucifijo o con traer su imagen a nuestra memoria. ¿Qué ocurre cuando miro y me dejo mirar por Cristo?

Jesús me mira. Su mirada no es una mirada de rechazo, desprecio o juicio. Al contario es una mirada acogedora y llena de cariño. Es una mirada que me dice, “qué bien que estás aquí. Yo quiero que tu vida llegue a plenitud y que vivas con alegría. Quiero que encuentres la meta de tu vida. Y ya sabes esa meta no se encuentra sólo en este mundo. Porque hay otra vida en plenitud para toda la eternidad junto a Dios. Yo quiero regalarte esa vida eterna, que puede comenzar en ti hoy y no terminar nunca”.

Jesús me mira y su mirada está llena de misericordia. Y me dice: “Sé muy bien cómo eres y cómo vives. Conozco cuando te comportas correctamente y cuándo confundes los pasos de tu vida. Sé lo que te gusta recordar y lo que prefieres olvidar. No hace falta que me cuentes tus debilidades porque las conozco. Quiero fortalecerte y llenar tu vida de bien”.

Jesús me mira y su mirada está llena de perdón. Y me dice: “Ante mí no tienes porque mirar hacia abajo. Eleva tu mirada a lo alto y mírame de frente. Si yo cuelgo de este madero es precisamente para hacerte libre. Es para ayudarte a llevar el peso de la vida y de tus dolores. Es para libarte del mal. Entrégame a mí todo el mal del que te quieras desprender. En el momento en el que me miras y en el que crees que mis heridas te salvan, recuperas la libertad. Ningún resto de culpa y de mal te puede impedir caminar. Ningún peso del pasado puede aprisionarte. Eres libre para comenzar una nueva vida”.

Del relato de la pasión nos son conocidos algunos nombres. Uno de ellos es el de Barrabás. Sabemos que fue el prisionero con antecedentes criminales que Pilato ofrecía juzgar a cambio de la libertad de Jesús. Pero el pueblo prefirió la condena de Jesús. No sabemos cómo terminaron sus vidas. Algunos literatos han imaginado el final de sus vidas. Uno de ellos le presenta lleno de alegría disfrutando de su libertada y diciéndose a sí mismo: “Estoy libre”. Justo en ese momento aparece en su mente el rostro de Jesús, que murió para que él viviera. Lleno de fascinación a esa persona toma el camino de la cruz y se encuentra con un Jesús agonizante. En ese momento un pensamiento viene a su cabeza. “Era yo el que tenía que estar colgado en esa cruz, no Él”. Y al pie de la cruz grita a Jesús: “Tú me has salvado”.
Fuera este el final de Barrabás o sea un final imaginario, lo cierto es que nos revela el sentido de la muerte de Jesús. Ha muerto por nosotros. Jesús vivió y murió por nosotros. En esta frase se condensa toda la fuerza redentora de nuestra fe.

Cuando el cura de la historia inicial le pregunta al campesino, éste le dice. “Miro a Jesús y Él me mira”. Pero yo creo que podía haber continuado con una frase más. La misma con la que va a terminar la celebración de este Viernes Santo. El campesino continuaba diciendo: “Y cuando Jesús me mira me lleno de paz y de alegría. Y la gratitud brota de mi corazón. Por eso, cuando vuelvo al trabajo hago las cosas de otra manera, las hago mejor y con más alegría. Y las personas de mi entorno se dan cuenta que cuando vengo de la Iglesia no soy el mismo que antes.”

Y la celebración de nuestro Viernes Santo continúa cuando volvemos a los lugares en los que vivimos y los demás se dan cuenta que venimos transformados. Transformados por su acogida, su misericordia y su perdón. Algunas tareas y obligaciones que antes nos parecían una carga de repente se han vuelto ligeras. Cosas que antes nos llenaban de preocupación percibimos que ahora apenas tienen importancia. Y la alegría y la gratitud llena por un tiempo nuestro corazón. Y ya sabemos quién experimenta tanta bondad sabe también transmitir el bien a los demás.

Que marchemos de esta celebración sabiendo que en cualquier lugar, en cualquier momento y ocasión, Jesucristo nos mira…y ojalá también nosotros sepamos elevar nuestra mirada hacia él.