AL PIE DE LA CRUZ
Hace
tiempo me contó un sacerdote con muchos años de ministerio algo que le había
sucedido en el primer pueblo en el que había ejercido de cura. Era un pueblo de
campesinos en el que casi todos sus habitantes trabajaban en el campo.
En este lugar todos los días hacia mediodía un
hombre cruzaba la puerta de la iglesia y permanecía en ella unos quince
minutos. Transcurrido ese tiempo volvía a salir. El sacerdote estaba intrigado
por el motivo que llevaba a esta persona todos los días a visitar la Iglesia. Por
eso, un día entró en el templo para observarle. No vio nada extraño. El hombre
se encontraba sentado en el primer banco de la Iglesia y miraba al crucifijo
del altar. Un buen día le abordó a la salida y después de saludarle amablemente
le dijo: “He notado desde hace tiempo que todos los días a la misma hora viene
usted a la Iglesia. No es que me moleste, al contrario me alegra saber que
viene a rezar, pero si no es indiscreción me gustaría saber el motivo de sus
visitas diarias”. El hombre le respondió, “señor cura simplemente vengo a
ponerme bajo el crucifijo. Miro a Jesús en la cruz y Él me mira. Eso es todo.”
“Yo le
miró y Él me mira. Eso es todo”. Esta historia es una de las más bellas que se
puede contar un día de Viernes Santo. Quizás todo el sentido de la celebración
de este día se pueda resumir en esa frase. Mirar a Cristo y dejarse mirar por
Él.
Para
mirar y ponerse bajo la mirada de Cristo ni siquiera es necesario acudir a una
iglesia. Basta con mirar un crucifijo o con traer su imagen a nuestra memoria.
¿Qué ocurre cuando miro y me dejo mirar por Cristo?
Jesús me
mira. Su mirada no es una mirada de rechazo, desprecio o juicio. Al contario es
una mirada acogedora y llena de cariño. Es una mirada que me dice, “qué bien
que estás aquí. Yo quiero que tu vida llegue a plenitud y que vivas con
alegría. Quiero que encuentres la meta de tu vida. Y ya sabes esa meta no se
encuentra sólo en este mundo. Porque hay otra vida en plenitud para toda la
eternidad junto a Dios. Yo quiero regalarte esa vida eterna, que puede comenzar
en ti hoy y no terminar nunca”.
Jesús me
mira y su mirada está llena de misericordia. Y me dice: “Sé muy bien cómo eres
y cómo vives. Conozco cuando te comportas correctamente y cuándo confundes los
pasos de tu vida. Sé lo que te gusta recordar y lo que prefieres olvidar. No
hace falta que me cuentes tus debilidades porque las conozco. Quiero
fortalecerte y llenar tu vida de bien”.
Jesús me
mira y su mirada está llena de perdón. Y me dice: “Ante mí no tienes porque
mirar hacia abajo. Eleva tu mirada a lo alto y mírame de frente. Si yo cuelgo
de este madero es precisamente para hacerte libre. Es para ayudarte a llevar el
peso de la vida y de tus dolores. Es para libarte del mal. Entrégame a mí todo
el mal del que te quieras desprender. En el momento en el que me miras y en el
que crees que mis heridas te salvan, recuperas la libertad. Ningún resto de
culpa y de mal te puede impedir caminar. Ningún peso del pasado puede aprisionarte.
Eres libre para comenzar una nueva vida”.
Del
relato de la pasión nos son conocidos algunos nombres. Uno de ellos es el de
Barrabás. Sabemos que fue el prisionero con antecedentes criminales que Pilato
ofrecía juzgar a cambio de la libertad de Jesús. Pero el pueblo prefirió la
condena de Jesús. No sabemos cómo terminaron sus vidas. Algunos literatos han
imaginado el final de sus vidas. Uno de ellos le presenta lleno de alegría
disfrutando de su libertada y diciéndose a sí mismo: “Estoy libre”. Justo en
ese momento aparece en su mente el rostro de Jesús, que murió para que él
viviera. Lleno de fascinación a esa persona toma el camino de la cruz y se
encuentra con un Jesús agonizante. En ese momento un pensamiento viene a su
cabeza. “Era yo el que tenía que estar colgado en esa cruz, no Él”. Y al pie de
la cruz grita a Jesús: “Tú me has salvado”.
Fuera
este el final de Barrabás o sea un final imaginario, lo cierto es que nos
revela el sentido de la muerte de Jesús. Ha muerto por nosotros. Jesús vivió y
murió por nosotros. En esta frase se condensa toda la fuerza redentora de
nuestra fe.
Cuando el
cura de la historia inicial le pregunta al campesino, éste le dice. “Miro a
Jesús y Él me mira”. Pero yo creo que podía haber continuado con una frase más.
La misma con la que va a terminar la celebración de este Viernes Santo. El
campesino continuaba diciendo: “Y cuando Jesús me mira me lleno de paz y de
alegría. Y la gratitud brota de mi corazón. Por eso, cuando vuelvo al trabajo
hago las cosas de otra manera, las hago mejor y con más alegría. Y las personas
de mi entorno se dan cuenta que cuando vengo de la Iglesia no soy el mismo que
antes.”
Y la
celebración de nuestro Viernes Santo continúa cuando volvemos a los lugares en
los que vivimos y los demás se dan cuenta que venimos transformados.
Transformados por su acogida, su misericordia y su perdón. Algunas tareas y
obligaciones que antes nos parecían una carga de repente se han vuelto ligeras.
Cosas que antes nos llenaban de preocupación percibimos que ahora apenas tienen
importancia. Y la alegría y la gratitud llena por un tiempo nuestro corazón. Y
ya sabemos quién experimenta tanta bondad sabe también transmitir el bien a los
demás.
Que
marchemos de esta celebración sabiendo que en cualquier lugar, en cualquier
momento y ocasión, Jesucristo nos mira…y ojalá también nosotros sepamos elevar
nuestra mirada hacia él.