Homilía 4º domingo de Cuaresma
Querer ver
"No hay ciego más grande que el que no quiere ver", dice un dicho castellano. La visión no es sólo cuestión de poder ver, sino sobre todo de querer ver. Esta es la conclusión a la que quiere llegar el evangelista Juan en el evangelio de este domingo.
El novelista suizo Max Frisch presenta en una de sus novelas a un hombre que podía ver pero que no quería ver. Llegó a la conclusión que era más práctico para él ser ciego. Por consiguiente se colocó unas gafas que impedían la visión y caminaba por la calle sostenido por un bastón blanco. Ya no tenía que reaccionar ni tomar postura ante lo que sucedía a su alrededor. Los conflictos y problemas en torno a él no le afectaban. Por fin podía vivir en paz.
El ciego de quien habla el evangelio de hoy, al contrario, quería ver. Seguro que antes de ser curado por Jesús está lleno del deseo de ver lo que le rodeaba. Pero cuando al fin alcanzó la capacidad de visión, se dio cuenta que no era bello todo lo que alcanzaban a percibir sus ojos. El mundo, en su naturaleza era hermoso. Pero la vida humana estaba llena de intrigas, desconfianzas y discusiones. El ciego experimenta en sí mismo la presión de quienes querían saber quien le había sanado. Le asaltaron con preguntas, dudaban de su identidad y hasta le llegaron a insultar. Finalmente le expulsaron de la sinagoga.
Juan juega con una ironía, aquellos quienes podían ver, no verían ni a Jesús y hasta dudaban si el ciego al que interrogaban era realmente el que se encontraba siempre al borde del camino. En el fondo eran ciegos. Aún teniendo capacidad de visión no querían reconocer ni al mesías ni sus obras.
Jesús no sólo curó al ciego, sino que le confirmó en su identidad. Cuando las autoridades religiosas preguntan al ciego si es él el que se encontraba al borde del camino, el buen hombre responde "yo soy". En el evangelio de Juan está formula está reservada para Cristo, e indirecta y simbólicamente alude a su divinidad. La expresión está en relación con la revelación del nombre de Ywhw a Moisés, "yo soy el que soy". El encuentro con Jesús sitúa al ciego en su auténtica identidad. En relación con Jesús, los seres humanos recobramos nuestra auténtica identidad. Mientras que los que inquirían a Jesús, no reconocían la identidad del ciego, ni se reconocían a sí mismos.
Este evangelio nos plantea la pregunta de si somos de los que queremos ver o de los que queremos no ver. ¿Somos de los que cerramos los ojos o miramos para otro lado cuando no queremos ver las cosas? ¿O somos de los que aceptamos la realidad? ¿En que sentido me dejo mover en mi interior y en mi corazón por lo que veo? Hay distintos mecanismos para no ver lo que hay a nuestro alrededor. Podemos ignorarlo, acostumbrarnos a ello, reprimirlo o incluso negarlo.
Podríamos decir que ver es la vocación del cristiano y Jesús limpia nuestra mirada para que podamos cumplirla. Ver con ojos limpios y afectuosos. Ver con esperanza y gratitud.
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