Homilía 5 domingo de Cauresma
10 de abril 2011
Vivir escondido en Dios
Una madre contaba que su hija pequeña, Marta, le preguntó en una ocasión: “¿Mamá, dónde estaba yo antes de nacer?” La madre pretendía satisfacer la curiosidad de su hija con una respuesta apresurada: “No sé, hija, no habías nacido todavía”. Y Marta insistía: “Ya lo sé, mamá, pero ¿dónde estaba yo?” La madre respondía queriendo cerrar una cuestión tan difícil, “¡Hija, qué preguntas se te ocurren!” Y la pequeña se respondía a sí misma: “Ya lo sé, mamá, estaba escondida en Dios”. Mejor no se pueden decir las cosas. Venimos de Dios y a Él volvemos. Y mientras tanto Dios nos acompaña en nuestra existencia.
Jesús se presenta en el evangelio de este domingo como la resurrección y la vida. El sentido de este evangelio es anunciar lo que va a ocurrir después en la Pascua. Es un adelanto de la resurrección de Jesús.
La vida es un valor apreciado en nuestra cultura. Por todas partes se propaga su valor. Muchos productos vienen acompañados por el sello “bio, vital,…”. Enunciada de modo genérico la vida es una abstracción. Para el cristianismo la vida es siempre algo concreto. Se trata de la vida de una persona con nombre y rostro. La vida recibe concreción personal porque procede de Dios, que nos llama por nuestro nombre. Nuestro ser es resultado de la voz de Dios que nos llama.
Cada uno de nosotros no somos solamente una suma de moléculas, resultado de una sucesión de procesos físico-químicos, o del azar y la casualidad. Nuestra persona no es una marioneta accionada por un código genético. Cada ser humano es imagen de Dios. Lo que quiere decir que procedemos de su voluntad de vida y somos proyección de su bondad. Y esto es lo que fundamenta la dignidad humana y el valor de cada persona. Somos imagen de Dios. Por eso, cada uno de nosotros tenemos un valor infinito y somos más de lo que los demás perciben de nosotros.
Jesús en el evangelio de hoy resucita a Lázaro, le llama a la vida. Esa llamada actualiza la palabra creadora de Dios. Dios, que nos puso en el ser nos recibirá también al final de nuestra vida. Pero mientras tanto nos llama cada día en Jesús y esa llamada da contenido y sentido concreto a nuestra existencia.
La pequeña Marta en la anécdota de la presentación tiene razón. Nuestra vida estaba escondida en Dios. Y a lo largo de nuestra existencia Dios se acurruca discreto en un rincón de nuestra persona para velar por lo humano. Una vieja historia de los sabios judíos presenta a un niño que hablaba a su abuelo. Le contaba que jugando en la escuela se escondió. Y el niño proseguía entristecido, “pero nadie vino a buscarme”. Los sabios judíos comentaban: “Así dice Dios, yo me escondí y nadie quiere encontrarme”.