Dios no es un juego de especulación
Es evidente que en nuestra cultura
Dios se ha convertido para muchas personas en una realidad extraña. No suele
ser objeto de preocupación y por eso ha desaparecido de nuestras conversaciones
cotidianas. En la vida social se le nombra en alguna ocasión pero no tiene una
presencia continua. También en la iglesia podemos olvidarnos de la centralidad
de Dios. Podemos preocuparnos y ocuparnos con otras cosas, desviando nuestra
atención de lo que constituye el centro de nuestra fe.
De Dios nos resulta siempre difícil
comunicar su realidad, y lo que nosotros vivimos de Él, a otras personas.
Siempre resulta más fácil hablar “a Dios” que hablar “de Dios”. Esto es así
porque Dios es un interlocutor antes que un objeto del pensamiento. A Dios
solamente se le puede conocer en profundidad cuando estamos en relación con Él.
Y propiamente dicho no se puede hablar de Dios si antes no hemos hablado con Él.
La humanidad siempre corre el
peligro de hacer de Dios un tema del pensamiento y un objeto para la especulación. Y
puede olvidarse que Dios es nuestro interlocutor. El evangelio de este domngo presenta
a unos que se acercan a Jesús y le preguntan si Dios puede resolver una de sus
especulaciones. Y Jesús les recuerda que Dios no está para resolver acertijos
sino que lo que nos ofrece es su relación que acompaña nuestra vida.
Alguien dijo una vez, “dime en que
Dios crees y te diré que clase de persona eres”. La imagen que tengamos de Dios
tiene que ver con nuestro modo de vivir. Dios no tiene que ver con
especulaciones extrañas ni es la solución a enigmas complicados. Tiene que ver
con nuestra vida, con lo que cada uno de nosotros somos, con el mundo que nos
envuelve, y con las relaciones que mantenemos con los demás. Como dice Jesús,
Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. A Dios no se le encuentra en los
caminos enrevesados de la
especulación. Nos espera en el camino bullicioso de la vida.