Homilía 16 domingo tiempo ordinario. Ciclo C. 21 de julio de 2013

De la multiplicidad a lo único importante


Son muchas las tareas que tenemos que acometer a lo largo del día. Son diversos los trabajos que tenemos que resolver en una jornada. Al finalizar el día nos vemos llenos de cansancio, y en ocasiones hasta nos agobiamos pensando en lo que tenemos que hacer al día siguiente.

Además de los trabajos hay que añadir la multiplicidad de nuestras relaciones con otras personas y que nunca son una cosa fácil. En la convivencia surgen roces que también nos causan tensión.

En definitiva, nuestra vida de cada día es la vida de lo múltiple en la que, como decimos tantas veces, tenemos que dividirnos y multiplicarnos en actividades diversas, en atenciones a muchas personas. Quien durante mucho tiempo vive solamente en la vida de la multiplicidad de tareas y relaciones puede acabar sintiendo que el suelo se mueve bajo sus pies. Puede llenarse de una sensación de agobio, que con frecuencia descarga en agresividad hacia los otros.

Pero la vida de los múltiples trabajos y relaciones no es la única realidad. Existe también el “mundo de lo uno” que otorga firmeza y paz. Y precisamente es sobre este mundo de lo uno sobre lo que nos quiere llamar la atención el evangelio de este domingo.

Se nos narra el encuentro de Jesús con Marta y María. La primera de ellas representa la laboriosidad y el trabajo, en definitiva el mundo de la multiplicidad; la segunda el tiempo para el encuentro y la conversación tranquila, en definitiva el “mundo de lo uno”.
Jesús nos recuerda que la multiplicidad de tareas y trabajos son parte de la vida. Pero para que fructifiquen correctamente tienen que sostenerse sobre lo único necesario. Eso uno necesario es el fundamento último de la vida y sobre el que se apoyan todos los trabajos y actividades. Es la realidad que garantiza la unificación y el acuerdo con nosotros mismos. Es lo que permanece sobre todo lo que pasa. Es la realidad de Dios.

Para poder llevar una vida de actividad y trabajo necesitamos descanso. No solo para reparar fuerzas. También para oxigenar la mente y el espíritu. Para reflexionar y encontrar criterios adecuados que guíen nuestra acción. Para ampliar nuestros pensamientos.


Por eso, no es casual que la semana para los cristianos comience el domingo. Propiamente el primer día de la semana es el domingo. No es sólo un día de descanso Es un día para centrarnos en lo que Jesús llama “la única cosa necesaria”. Es un día para volver al fundamento de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos. Para acoger la paz y la serenidad. Es el día en el que recordamos la resurrección de Cristo y en la que Dios empieza a hacer nuevas todas las cosas.