El prójimo
La proximidad no es una medida fija y precisa. Se trata de algo relativo y
dinámico. Suele surgir a través de encuentros, acercamientos, relaciones,
experiencias compartidas.
Cuando una persona desconocida que nos despertaba desconfianza comienza a
hablarnos con sinceridad puede llegar a romper la desconfianza inicial. Cuando
un vecino que nos parecía frío y distante, y con el que apenas mediábamos un
saludo, se para a conversar con nosotros es probable que nos muestre una personalidad
simpática y cordial. Cuando conocemos a una persona originaria de un país muy
distante del nuestro; cuando intimamos y nos habla de su lugar de origen, de
sus tradiciones y culturas, es posible que ese lugar comience a sernos más cercano
que muchos otros lugares de nuestro país. En todas esas situaciones los que se
acercan y relacionan comienzan a ser prójimos.
La lejanía o cercanía no es una cuestión geográfica. Es una cuestión de
relación.
Esto es lo que Jesús quiere transmitirnos en la parábola del buen
samaritano, que escucharemos en las celebraciones de este domingo. Uno se hace prójimo del otro en la medida en que establece una
relación con él. En el acercamiento se encuentra la clave que abre a la
proximidad.
El relato del buen samaritano es uno de los textos más hermosos y conocidos
del evangelio. Se presenta como una llamada dirigida a toda persona de buena
voluntad. Es una luz para alumbrar las relaciones en un mundo como el nuestro,
dividido y roto por la injusticia y la pobreza.
Constituye el recuerdo permanente que nuestra sociedad, tan desarrollada
tecnológicamente, tiene que avanzar mucho en el arte del acercamiento y el
encuentro interhumano. Ningún sistema de protección social puede ahorrarnos la
relación con los otros. En ese camino nos hacemos prójimos unos de otros. Y en
ello se juega ponernos a salvo de la deshumanización.