Homilía 28 domingo tiempo ordinario. Ciclo B. 14 de octubre de 2012

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LA VERDADERA RIQUEZA

El ojo de una aguja era un portón que tenían en la parte lateral para entrar a Jerusalén y otras ciudades amuralladas. La puerta principal se cerraba después de cierta hora y los mercaderes tenían que entrar por el “ojo de una aguja”, el cual se le hacia muy difícil entrar a un camello. Había que quitarle su carga, arrodillarlo y hacerlo entrar por ese portón.
Se cuenta que un hombre llegó a las afueras de una aldea. Se dirigió a la casa situada en el extremo del pueblo. Entrando en ella se encontró a un anciano y le dijo: -Dame la piedra preciosa que posees.
El anciano le respondió: ¿Qué piedra?
El hombre le dijo: La otra noche tuve una visión en la que se me decía que a las afueras del pueblo vivía un hombre que me entregaría una piedra que me haría rico para el resto de mi vida.
El anciano le dijo: Supongo que será esta piedra que encontré en el bosque. Tómala.
El hombre se quedó admirado. Le entregaban un enorme diamante. Lleno de alegría llegó a su casa. Pero por la noche no podía dormir. Se preguntaba por qué le había entregado el diamante con tanta facilidad.
A la mañana siguiente regresó junto al anciano y le dijo: Dame la riqueza que te hace desprenderte tan fácilmente de ese diamante
Seguro que aquel anciano había descubierto que el dinero ni es la única ni es la riqueza más importante que el ser humano pueda tener. Es lo que Jesús le quiere transmitir al joven rico. Aquel muchacho, cumplidor de la ley que quería alcanzar la vida eterna. Jesús le dice que además de cumplir la ley tiene que dejar su riqueza, darla a los pobres y seguirle. Pero no estaba dispuesto a entregar su riqueza. Pensaba que era lo más valioso que tenía. No había descubierto la riqueza de Jesús. Así lo presenta el evangelio de este domingo
El mensaje del evangelio nos dice que hay una riqueza mayor que la de acumular bienes. Es la de experimentar la utilidad de la propia existencia, la de servir a los demás, la de trabajar por mejorar el mundo, la de saberse responsable del bienestar de los demás, la de desarrollar las propias cualidades, la de estar en relación con Dios…Esta riqueza, que es la de la propia existencia, está por encima de la riqueza de los bienes económicos. Jesús viene a ayudarnos a descubrir esta riqueza.
Supongo que quienes viven apurados económicamente, los que son víctimas de la actual crisis económica, los que viven bajo el signo de la pobreza, esta palabra del evangelio les parecerá que no alivia su situación. Y es verdad. O al menos lo es en el corto plazo. Pero también podemos preguntarnos si precisamente parte del origen de la actual crisis no está precisamente en haber pensado que la riqueza era el valor supremo a alcanzar en la vida. Y por conseguirla se hacía lo que fuera: mentir, engañar, actuar irresponsablemente en el campo profesional y en el de la política, no pensar en la responsabilidad social, en el bien de todos…Podemos preguntarnos que si el escandaloso reparto desigual de la riqueza no es resultado de pensar que la riqueza económica es el valor supremo, y se busca como alcanzarla olvidando la justicia, el reparto igualitario de los bienes, el desarrollo común.
Las palabras de Jesús hay que entenderlas bien. Jesús no condena totalmente la riqueza. No la demoniza. Los bienes económicos, hasta un determinado nivel, son necesarios para un vida digna. Lo que Jesús condena es que alteremos el orden de las cosas, poniendo lo segundo en primer lugar, y postergando lo que va primero. Jesús quiere que volvamos a restablecer el orden humano de las cosas. Y en ese orden la riqueza material va siempre en segundo lugar. Por detrás de la fidelidad a uno mismo, del servicio a los otros, del esfuerzo por el bien común, de la relación con Dios…Esta riqueza es la que de verdad llena nuestro corazón. Es el prólogo de la felicidad y la puerta a un mundo mejor. Con Jesús descubramos la verdadera riqueza. La que nos llena de verdad.