Con María triunfamos todos
Hay
quienes creen que hay dos tipos de personas: los triunfadores y los fracasados.
Los
triunfadores son esas personas que decimos ricos y guapos. A los que todo
parece irles bien y deslumbran ante los demás. Pisan fuerte y transmiten un
aspecto de seguridad en si mismos. Cuando te encuentras con ellos te miran
fijamente como escrutando tus pensamientos, para después hablarte sin mirarte.
Los perdedores son las personas que parecen no tener ni tanto éxito en la vida,
ni tanta riqueza, ni tanta belleza corporal. A veces transmiten una sensación
de inseguridad. Y con cierta frecuencia padecen algún mal físico.
Hoy en
nuestro entorno cultural se lleva el estilo del triunfador. Por eso se busca
mostrar un cuerpo atlético y de buenas formas, aunque eso cueste muchas horas
de gimnasio y entrenamiento. Los que tienen alguna deficiencia corporal, los
enfermos, los mayores, por contra, no parecen recibir la admiración de nadie.
Las
lecturas de la fiesta de hoy, sobre todo la lectura del libro del Apocalipsis
nos hablan del triunfo. Del triunfo de Dios en la acción de su Mesías, que para
nosotros cristianos es Jesucristo.
La
fiesta de hoy, la Asunción de María a los cielos, también nos habla de un
triunfo: el triunfo de la vida. Y de los que confían en Dios y son humildes de
corazón. Nos lo dice San Pablo en la segunda lectura. Por la resurrección de
Jesús nuestro destino es la vida y no la muerte. Y en Jesucristo somos hechos
nuevas personas para un nuevo mundo en el que ya no valen los criterios con los
que nosotros normalmente señalamos a los vencedores y los perdedores.
No es
la riqueza, la belleza corporal, la fuerza física lo único que cuenta en la
vida humana. Es la humildad y la sencillez, la limpieza de corazón, el
compadecerse ante el dolor ajeno.
Los
criterios del nuevo mundo de Dios son los que María canta en el canto que
acabamos de escuchar. Canta que Dios pone las cosas literalmente patas arriba.
En este canto se nos dice que no son los triunfadores los que tienen la última
palabra. Y no porque la fuerza o la riqueza sean en sí malas. Lo son cuando no
dejan ver a los otros. Cuando convierten a los demás en instrumentos de la
propia glorificación. Lo son cuando no saben compartir.
En la
fiesta de hoy María nos dice que el fin de la vida humana es la vida con Dios.
Y a esta vida son llamados los ricos y los pobres. Los vencedores son los que
dejan construir su vida desde Dios.