Homilía 20 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo B. 19 de agosto de 20012


YO SOY EL PAN DE VIDA



Somos  muchos los que en alguna ocasión hemos dicho a otra persona: “yo es que te comería”. Es una expresión de cariño y afecto. Con ella se quiere decir que uno se siente estrechamente unido a otra persona. El comer tiene aquí un sentido figurado.

Cuando en el evangelio de hoy Jesús dice que tenemos que comer su carne y beber su sangre para tener vida, no parece hablar en sentido figurado. Al menos la insistencia y la repetición de la misma expresión parece indicarnos que no nos encontramos ante una metáfora.

Quizás nos ayude a entender las palabras de Jesús el saber que Él no habla sólo de cariño, afecto y relación. Jesús nos habla de vida. El alimento es fuente de vida cuando se asimila en nuestro cuerpo, cuando se incorpora a nuestra realidad personal.

Comer la carne y la sangre de Jesús es integrar su realidad personal en nuestro ser. La carne y la sangre son los principios últimos de la vida de una persona. Son su realidad personal. Comer la carne y beber la sangre de Jesús quiere decir asimilar su realidad personal en la nuestra.

No podemos olvidar que la carne de Jesús fue carne golpeada y entregada. Y la sangre de Jesús fue sangre derramada. El alimento que nos ofrece es un alimento de entrega y ofrenda, es alimento de amor. Por eso produce vida. Comer la carne de Jesús y beber su sangre ofrecida y entregada en el pan y el vino de la Eucaristía, es asimilar el amor de Dios en nuestra vida; es dejar que el amor de Dios sea fundamento y origen de nuestra existencia.

Mientras asimilamos los alimentos nuestro organismo se regenera y transforma. La madre Teresa de Calcuta decía que nadie debería salir de la iglesia igual que ha entrado. El paso de Dios, la participación en una celebración cambia y transforma la vida. Cuando los creyentes tomamos el pan del cielo, el pan transformado por la fuerza del Espíritu, en presencia de Cristo, ese pan nos transforma a nosotros. En la puerta de una iglesia se encontraba escrito el cartel: “Aquí se viene a amar a Dios; de aquí se sale a amar a los hombres”. El pan y la bebida de Cristo nos transforman en instrumento de amor.