YO SOY EL PAN DE VIDA
Somos muchos los que en alguna ocasión hemos dicho
a otra persona: “yo es que te comería”. Es una expresión de cariño y afecto.
Con ella se quiere decir que uno se siente estrechamente unido a otra persona.
El comer tiene aquí un sentido figurado.
Cuando en el evangelio de
hoy Jesús dice que tenemos que comer su carne y beber su sangre para tener
vida, no parece hablar en sentido figurado. Al menos la insistencia y la
repetición de la misma expresión parece indicarnos que no nos encontramos ante
una metáfora.
Quizás nos ayude a entender
las palabras de Jesús el saber que Él no habla sólo de cariño, afecto y
relación. Jesús nos habla de vida. El alimento es fuente de vida cuando se
asimila en nuestro cuerpo, cuando se incorpora a nuestra realidad personal.
Comer la carne y la sangre
de Jesús es integrar su realidad personal en nuestro ser. La carne y la sangre
son los principios últimos de la vida de una persona. Son su realidad personal.
Comer la carne y beber la sangre de Jesús quiere decir asimilar su realidad
personal en la nuestra.
No podemos olvidar que la
carne de Jesús fue carne golpeada y entregada. Y la sangre de Jesús fue sangre
derramada. El alimento que nos ofrece es un alimento de entrega y ofrenda, es
alimento de amor. Por eso produce vida. Comer la carne de Jesús y beber su
sangre ofrecida y entregada en el pan y el vino de la Eucaristía, es asimilar
el amor de Dios en nuestra vida; es dejar que el amor de Dios sea fundamento y
origen de nuestra existencia.
Mientras asimilamos los
alimentos nuestro organismo se regenera y transforma. La madre Teresa de Calcuta
decía que nadie debería salir de la iglesia igual que ha entrado. El paso de
Dios, la participación en una celebración cambia y transforma la vida. Cuando
los creyentes tomamos el pan del cielo, el pan transformado por la fuerza del
Espíritu, en presencia de Cristo, ese pan nos transforma a nosotros. En la
puerta de una iglesia se encontraba escrito el cartel: “Aquí se viene a amar a
Dios; de aquí se sale a amar a los hombres”. El pan y la bebida de Cristo nos
transforman en instrumento de amor.