El ESPÍRITU QUE ROMPE NUESTRA DUREZA
Un
maestro de espiritualidad suele acudir a la orilla del río a contemplar el
fluir de las aguas. Un buen día recoge una piedra del agua y la parte en dos
pedazos. Asombrado comprueba que en su interior está completamente seca a pesar
de estar en el fondo del agua. El agua no había penetrado en su interior. “Esto
no puede ser por culpa del agua –se dice- sino por la dureza de la piedra que
no deja pasar el agua”. Y al rato se pregunta si no nos pasa lo mismo a
nosotros. El Espíritu de Dios puede estar a nuestro alrededor y sin embargo no
penetrar en nuestro interior. La causa no puede estar en el Espíritu sino en
nuestra dureza.
¿Qué endurecimientos hay en
la vida humana? Todos sabemos lo estrecho, duro, silencioso,Y ausente que puede volverse una persona. También percibimos el interés que las personas pueden
perder en otras personas, en el trabajo, en lo que les rodea, en definitiva en
la vida.
Cuando alguien se endurece, se cierra sobre sí, la vida huye de su
existencia. Pues vida significa apertura, relación, cambio, movimiento,
desarrollo….
El endurecimiento puede ser
a causa de una mala experiencia, puede ser por carecer del valor de enfrentarse
a la propia verdad, por desconfianza en los otros y en la vida, por permanecer
en lo superficial de los acontecimientos y de las personas.
La acción del Espíritu Santo
y sus efectos sobre nuestra vida son siempre la apertura, la profundidad,
elevar la vista por encima de la propia situación, la apertura al futuro, la
fortaleza para encarar la propia situación y la propia verdad. El Espíritu
Santo siempre nos conduce hacia nosotros mismos abriéndonos a la vez a los
demás. Permite que conozcamos nuestros límites y que a su vez los desbordemos.
Nos muestra que para el amor no hay ninguna frontera.
Este es el Espíritu que
pedimos venga sobre nosotros en este domingo de Pentecostés. Lo experimentamos
presente en cada buena idea, en cada decisión reparadora, en la tentación que
dominamos, en el dominio de situaciones difíciles, en no cansarnos de hacer el
bien, en el reconocimiento de la verdad. ¿Qué sería de nuestra vida sin el
Espíritu Santo?