Homilía. Vigilia Pascual. 7 de abril de 2012

Moviendo la piedra


Esta noche de alegría y esperanza tenemos que comenzar con una pregunta. Así ocurre, al menos, en el relato del evangelio que acabamos de escuchar. Tres mujeres se dirigen al sepulcro de Jesús para embalsamarlo y se preguntan: ¿Quién nos moverá la piedra de la entrada del sepulcro? La piedra es el gran obstáculo que se interponía entre ellas y Jesús.

Todos podemos entender muy bien la pregunta de estas mujeres. Es una pregunta llena de preocupación. Igual que cuando nos encontramos frente a un acontecimiento decisivo de nuestra vida y nos decimos, ¿cómo sucederá? Ante un examen importante un estudiante se pregunta, ¿cómo serán las preguntas? Ante un hijo que está a punto de nacer la madre se pregunta, ¿cómo será su mirada? ¿Cómo será su rostro? Ante un cambio en nuestra vida, ante una dificultad nos preguntamos, ¿cómo lo voy a conseguir? ¿Cómo lo voy a superar? Ante una operación o un diagnóstico médico nos preguntamos ¿cuás será su resultado?

Las tres mujeres salieron apresuradas de casa, y no tuvieron tiempo de pensar que necesitarían ayuda de alguien más fuerte que ellas para mover esa piedra que se interponía entre ellas y Jesús. Y se preguntan llenas de preocupación por la manera de encontrar su objetivo.

También en esta noche, nosotros, al comienzo de la celebración de la resurrección de Jesús podemos preguntarnos ¿Quién puede apartarnos los obstáculos de nuestra vida? ¿Quién puede mover la piedra que encierra nuestro corazón y no lo deja respirar en libertad?¿Quién puede eliminar las barreras que cierran el acceso a la alegría y la esperanza?

Ante una dificultad no debemos tener vergüenza de pedir ayuda. Si queremos vivir la Pascua debemos comenzar reconociendo las dificultades de nuestra vida, para pedir ayuda a Dios, a los que nos rodean, a la Iglesia.

A las mujeres del evangelio les ocurrió algo sorprendente. Cuando llegaron vieron que la piedra estaba movida y eso que era muy grande – nos dice el evangelio. Y Jesús, el muerto que querían embalsamar, no se encuentra ahí.

Dios ha movido la piedra del sepulcro de Jesús. Dios le ha resucitado. Cuando los cristianos decimos que Jesús ha resucitado no decimos sólo que Jesús vive en el recuerdo de sus discípulos, o en la fe de la Iglesia. Ni la memoria de los discípulos, ni nuestra fe es la causa de la resurrección. Es la fuerza de vida de Dios la que da lugar a la resurrección.

Esto es lo sorprendente de la Pascua y de nuestra vida con Dios. Cuando esperábamos encontrarnos con el final, cuando creemos que no hay más salida, Dios nos abre una nueva senda y nos da un nuevo comienzo.

La resurrección de Jesús es el comienzo de un nuevo mundo en el que todas las cosas y toda la creación será transformada como dijo el apóstol Pablo. Jesús ha resucitado ,la vida continúa, pero continúa transformándonos. Una transformación en la que desaparecen las piedras que dificultan nuestra vida, que impiden al acceso a la esperanza, que se interponen en nuestro encuentro con Jesús.

Al filósofo francés Voltaire le preguntó una dama cómo es posible que haya quienes crean en la resurrección. Y este pensador ilustrado, que se caracterizaba por la crítica al cristianismo, dio una respuesta sorprendente: “Señora, la resurrección es la cosa más sencilla del mundo. Aquél que nos dio la vida una vez, puede dárnosla de nuevo”.