Homilía 3º Domingo de Pascua. Ciclo B. 22 de abril de 2012

Solamente los muertos no vuelven a la vida



Dicen que en los tiempos de la revolución francesa cuando Robespierre pedía la muerte del rey Luis XVI dijo la frase: “Solamente los muertos no regresan nunca”. Parece ser que Robespierre era de los que pensaban que la muerte es una solución definitiva a lo que estaba resultado un “problema serio”.

Muchos de los que propiciaron la muerte de Jesús tenían la misma forma de pensar. Según el evangelio de Juan, algunos que participaron en el proceso que condujo a Jesús a la muerte pensaban que es mejor “que muera un hombre por todo el pueblo y no que perezca todo el pueblo”. Esa era la opinión de Caifás, seguro que compartida por otros muchos.

También los discípulos de Jesús eran de la opinión de que “los muertos no regresan nunca” y por eso la desolación, la tristeza, la resignación…vino a ellos cuando su maestro había muerto en la cruz. Todo había acabado –pensaban.

Como pensaban que los muertos no regresan nunca, cuando Jesús apareció en medio de ellos como nos dice el evangelio de este domingo, pensaron que veían un fantasma. Para vencer su escepticismo Jesús les muestra sus llagas y les pide que le palpen. Pero ni con esas acababan de creer del todo, y solamente cuando les pidió de comer, creyeron en el resucitado.

Las dificultades para creer que tenían los discípulos conceden credibilidad a los relatos de las apariciones del resucitado. Y de esto modo fortalecen e impulsan nuestra fe. La fe en la resurrección de Jesús no fue resultado de un fervor momentáneo, de un sueño equivocado, de una ilusión que se desvanece….

La fe en la resurrección fue resultado de un proceso de maduración en la fe. Esto no quiere decir que es la fe la que origina la resurrección de Jesús. Al contrario es la resurrección la que origina la fe. Pero ésta es resultado de un  proceso de crecimiento y de asimilación en el que acogieron y sacaron las consecuencias de la fe en la resurrección.

Los evangelios no pretenden decirnos “cómo” fue la resurrección. Quieren decirnos “que” la resurrección tuvo lugar. Y tampoco Jesús parece muy interesado en mostrar “cómo” sucedió la resurrección. Las apariciones del resucitado son discretas. No se aparece a las masas, sino al grupo de sus discípulos. No regresa junto a los que le condenaron y rechazaron para mostrarles que él tenía razón y los otros estaban equivocados. No hace alardes de su triunfo sobre la muerte, sino que llama a la confianza y a la acogida de su mensaje.

Es la manera con la que nuestro Dios actúa. No se impone por la fuerza. No hace demostración de que tenía razón. No se muestra triunfante. Quien nació en un humilde pesebre y era amigo de los pequeños y sencillos, resucita y vuelve sin armar mucho ruido. Viene en el susurro, en el silencio de la fe. Pero esa es precisamente su fuerza.

Porque Dios actúa de manera discreta, es también el que actúa de modo sorprendente. La fe en la resurrección quiere decir también, dejarse sorprender por Dios cada día.