Homilía 3º Domingo de Pascua. Ciclo A. 8 de mayo de 2011


3º Domingo de Pascua. Ciclo A. 8 de mayo de 2011

Salvación desde abajo y en lo cotidiano

No es difícil identificarse con los discípulos que caminaban hacia Emaús. Es fácil comprender su desencanto y resignación. Sobre todo cuando habían confiado tanto en Jesús, a quien habían considerado el Mesías prometido. De la vida de Jesús tenían una información suficiente y precisa. Era un profeta lleno de poder y de palabras vigorosas; fue condenado a muerte por las autoridades, sus discípulos esperaban que fuera el salvador, algunas mujeres habían dicho que su cuerpo no estaba en el sepulcro….

Los discípulos de Emaús se presentan como observadores que han recogido todos los datos disponibles sobre Jesús, se han informado y documentado bien. Y mientras conversan sobre esos datos, Jesús caminaba con ellos, incluso les hablaba ofreciendo una interpretación de los sucesos. Pero ellos no le percibían ni entendían sus palabras. ¿Qué es lo que hacía que no tuvieran ojos para Jesús, que iba con ellos?

Probablemente su imagen del Mesías y de la salvación. Estos discípulos esperaban la llegada de un salvador glorioso y triunfante, poderoso, que liberaría al pueblo desde arriba. Pero Jesús no salva desde el exterior ni desde arriba. Jesús salva yendo a la raíz del mal humano, a su corazón. Por eso su salvación viene desde abajo y no es espectacular.

Hay ideas, presupuestos y prejuicios que solamente pueden desmontarse desde una experiencia directa y de otro orden. Esto es lo que les pasó a los discípulos de Emaús. Llegaron al pueblo y pidieron al extraño que los acompañaba que se quedara con ellos. Se disponían al momento cotidiano de la cena, que incluía la partición del pan y la hospitalidad hacia el compañero de viaje. Y de repente, en ese gesto cotidiano, se hace la luz. El pan compartido y la hospitalidad con el forastero iluminan su corazón y su mente.

El gesto de la partición del pan se pone en relación con el Mesías sufriente del que hablaba el forastero. Y esa relación les ayuda a entender que la salvación no consiste en un poder espectacular que actúa desde fuera. La salvación es una fuerza que nos toma  en nuestra cotidianeidad. Allí donde sin publicidad se practica la amistad y la fraternidad, allí irrumpe la salvación.

La experiencia del pan partido cambia su modo de ver las cosas. Pero también cambia su vida. Al comienzo de la historia los discípulos iban hacia Emaús, regresaban a sus casas, llenos de resignación, diciendo que no es posible seguir el camino del evangelio. Tras el pan partido cambia la ruta de su camino. Regresan a Jerusalén que es lugar del seguimiento y del compromiso con el evangelio. La presencia del resucitado ha cambiado la dirección de su ruta que ahora se convierte en un viaje desde la resignación al seguimiento.