La relación con el mundo
Un cristiano corre el peligro de simpatizar tanto con su mundo circundante que acabe de identificarse del todo con esa realidad. Hoy día podemos querer simpatizar tanto con nuestro entorno que acabemos aceptando acríticamente las tonterías de la sociedad de consumo, que no tengamos ojos para la injusticia y la mentira de nuestro mundo. Podemos ser cristianos de misa dominical a los que el evangelio no modifica el modo de pensar, de actuar, de relacionarnos con los demás. Cristianos que piensan y actúan igual que todos los demás no son ni sal ni luz, como pide Jesús en el evangelio de este domingo
Pero también puede darse el peligro contrario. Situarse tan críticamente y tan distante con el mundo circundante que acabe mirando a los demás con superioridad; o con una condescendencia que nace del afán de superioridad. Podemos estar empeñados de tal manera en que los demás cambien que los bombardeamos y perseguimos sin reconocer su libertad, y el tiempo que necesitan para descubrir a Dios y al evangelio. En definitiva podemos convertirnos en fanáticos de nuestra verdad que miran a los demás con dureza y desprecio. Estos fanáticos tampoco son sal ni luz. Como mucho se convierten en aguafiestas.
¿Cómo se pueden evitar ambos extremos? Muy fácil. Recordando que las palabras del evangelio sobre todo se dirigen a mí. Y que no me puedo empeñar en que los demás cambien sin cambiar yo primero. Ser sal de la tierra no es ser un aguafiestas. Es saber acompañar la vida de los demás con orientaciones, inspiraciones y consejos. Nunca con órdenes o afán de superioridad.
La sal da a las comidas un gusto que las convierte en apetecibles. Hoy día nos encontramos con personas que han perdido el gusto por la vida, por las relaciones, por los encuentros. Personas que no se encuentran satisfechas con el trabajo y las labores que realizan. La razón del descontento y del malestar es que muchos de ellos ha perdido la capacidad de condimentar su vida.
La pregunta que tenemos que hacernos es ¿Para quién vivimos? Quien viva sólo para sí mismo va a perder pronto el sabor de la vida. Vivir para otros es lo que pone sabor y contento a la vida.
La luz es la que nos orienta en la vida. La que nos hace ver. Hoy día, al menos en la cultura occidental, estamos muy desorientados y perdidos. Las luces en la carretera nos ayudan a encontrar el camino. Así debemos ser los cristianos. Luces que muestren el camino de la vida.
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