Pienso que en el mundo hay más personas cumpliendo el mandato del amor al prójimo de lo que pensamos. Lo que ocurre es que muchos de ellos lo hacen de manera discreta y silenciosa, sin aparecer en los periódicos ni en los medios de comunicación. Conozco personas enfermas que cenan todas las noches un plato de sopa caliente gracias a su vecina del piso de arriba. Niños que meriendan en casa de amigos de sus padres mientras son ayudados en sus tareas escolares. Vecinos que llevan leche y ropa al transeúente que duerme en el parque. Pequeños empresarios agrícolas que se han gastado bastante dinero en adecentar alguna casa de su propiedad para que pudieran dormir los trabajadores subsharianos en el tiempo de la recolección. Jovenes que han cambiado un futuro prometedor en una empresa multinacional por trabajar de educadores en un centro de menores...No son casos inventados. Son reales. Detrás de estás situaciones descritas hay un rostro y un nombre conreto que podría dar.
Todas estas personas no emplean mucho tiempo en pensar el sentido de la vida. Simplemente lo cumplen. Tampoco en la vida de Jesús "el sentido de la vida" fue una teoría. Lo vivió. Jesús y esas personas sabían que sólo se comprende lo que se vive. Y hay que vivir el sentido de la vida para entnederlo. El sentido de la vida es la de la entrega, el servicio al otro, la compasión...En definitiva, amar al prójimo.
Para un cristiano el amor al prójimo es siempre un signo de la presencia de Dios. Y las personas que aman son signos de su presencia. Parábolas vivas del Reino de Dios que se cumple en nuestra historia. Y de ese modo transforman el pequeño mundo a su alrededor. La única manera de transformar el mundo esa través del amor. Aparentemente no se logra mucho y exige esfuerzo, pero es el único camino de transformación.
En este domingo todos somos llamados a ser parábola viviente de la presencia de Dios.
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