Santos y no “estrellas”
El fútbol es sólo un juego. La música pop o el cine son sólo un entretenimiento. Y sin embargo parecen algo más. Sin duda son un negocio que mueve mucho dinero. Son un acontecimiento que condiciona la vida social. Sus figuras despiertan una fascinación tan grande que se llega a imitar su comportamiento. Es el fenómeno de las “estrellas”. La identificación en algunos casos extremos puede incluso alterar el equilibrio emocional de los admiradores. Y es que las estrellas del deporte, la canción o el cine, pueden convertirse en ídolos. O sea un ámbito sobre en el que proyectamos esas fantasías en las que escondemos lo que somos en realidad.
Las santas y santos de Dios son totalmente distintos a las estrellas y a los ídolos. La admiración que suscitan no nos aparta de la realidad. Al contrario, nos ayuda a mirarla más de cerca. La fascinación que despiertan empuja a una imitación que no nos aleja de nosotros mismos. Al contrario, ilumina y estimula las mejores posibilidades de lo humano.
En la fiesta de todos los santos recordamos que todos los bautizados estamos llamados a la santidad aunque no todos los bautizados son canonizados. Por eso, puede ser util pensar algo sobre el significado de los santos.
El peligro de los ídolos está en que nos llevan a una vida imaginaria que sólo existe en la fantasía. El resplandor de mansiones y coches de lujo; el exceso de opulencia y la cuidada esbeltez de los cuerpos, ocultan las auténticas condiciones de la existencia. En la vida real la alegría y el gozo suponen siempre trabajo y esfuerzo. Y el brillo de los cuerpos de piel estirada no permanece sin conocer la debilidad y la enfermedad.
Encontrarse con las santas y santos de Dios nos ayuda a descubrir dónde se encuentra el auténtico centro de la existencia humana. Ellos abrieron su vida a lo que de verdad cuenta y llena de plenitud al ser humano. No es el impresionar a los demás sino la compasión que levanta puentes hacia los otros. No es el vivir pendiente de la imagen sino saber desgastarse entregando lo que uno es por y en el amor. La plenitud de la vida humana se encuentra en la fidelidad a uno mismo, en la armonía con las personas que vamos encontrando en la vida, en percibir que la vida de uno es de utilidad para otras personas.
El impulso y el sostén para lograr estas tres se encuentra en Dios. Él nos ayuda a aceptarnos como somos, a reconciliarnos con los otros, a ser generosos en nuestra vida. Los santos hicieron de Dios el eje de su existencia y el centro de su persona. Y nos avisan que quien se centra en Dios podrá caminar con firmeza por las sendas de la vida.
Los santos no huyeron del sufrimiento y las contrariedades de la vida; proyectaron sobre ellas la fuerza de un amor que tiene su origen en Dios. De Santo Domingo de Guzmán se dice que vendió sus libros para socorrer a los necesitados. Los santos nos enseñan que el cuidado del prójimo es camino de plenitud. De San Francisco de Asís se cuenta que besaba a los leprosos. Los santos nos enseñan a mirar el sufrimiento de frente. De San Ignacio de Loyola se recuerda que siempre abrazaba a los pobres. Los santos nos enseñan a abrazar la realidad.
Si las estrellas solamente llaman nuestra atención en los momentos de distracción no hay que preocuparse demasiado. Pero puede ser un problema si ocupan nuestra vida más allá de los ratos de entretenimiento. Siempre podremos recordar a los santos que nos señalan el camino de la realidad. Y procuran que no huyamos de ella sino que sabiendo mirar al cielo podamos permanecer con los pies en la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario