Saber quién es uno
Una de las cosas
realmente complicadas en la vida humana es conocerse bien a uno mismo. Hace
falta mucha atención, mucha humildad, mucha capacidad de introspección para
detectar de verdad las aspiraciones propias, los valores que orientan el camino
de la existencia, los deseos que se persiguen. La pregunta ¿Quién soy yo? no la
acabamos de responder nunca. Nos persigue a lo largo de la vida. La dificultad
de responder a esta pregunta es lo que se encuentra en el origen de la
incomodad que sentimos cuándo alguien nos pregunta quiénes somos. Y por eso
solemos responderlas con evasivas. A pesar de la dificultad la pregunta por la
identidad propia es una de las más importantes y decisivas de la vida. La
cuestión no es cuánto tengo o qué dicen los demás de mí. La cuestión que
importa es quién soy yo de verdad
A Juan el bautista le
hicieron esta pregunta. Y tal y como lo recoge el evangleio de este domingo no
la rehusó ni la respondió con evasivas. Al contrario su respuesta destella
lucidez. Por tres veces niega ser aquello que se le atribuye: el mesías, Elías,
o un profeta. En la Biblia tres veces es un símbolo de la totalidad. Y por eso
tres veces quiere decir siempre. Juan no deja resquicio al autoengaño y siempre
da una negativa cuando se le atribuye una identidad diferente a la que
realmente tiene. Juan no se hace pasar por quien no es. No juega a tener una
identidad diferente a la suya.
Juan sabe quién es. Y
al conocerse percibe con lucidez la tarea que le corresponde. Es el precursor,
el que anuncia lo que viene detrás. Es el telonero que prepara el ánimo y
caldea el ambiente para el gran concierto. Es un dedo que señala al Mesías, una
voz que anuncia al Salvador.
Igual que Juan la
Iglesia y cada creyente también es una voz que anuncia, una mano que indica. No
somos el Salvador ni nuestras obras son la salvación. Pero apuntamos y cantamos a quien está por
venir. Nuestra tarea es prestar nuestra voz y nuestro rostro al evangelio,
apuntar a quien viene a traernos la salvación.