Homilía III domingo de Cauresma. Ciclo c. 3 de marzo de 2013. Lc 13, 1-9


Tiempo para crecer y cambiar



De Dios se puede hablar de muchas maneras. Se puede alabar su presencia. Se puede razonar y argumentar a favor de su existencia. Y también podemos contar nuestra experiencia de relación con él. Eso es lo que hacía el pueblo de Israel en los escritos de la Biblia. Y eso es lo que hacía Jesús. Hablaba de Dios desde la experiencia de relación con Él.

Es lo que ocurre en el evangelio de este domingo. Jesús nos presenta a un Dios que exige, porque exigente es el Dios que le había llamado a la misión de anunciar el Reino. Pero La exigencia de Dios es la del amor y por eso no puede angustiarnos o llenarnos de intranquilidad. Es una exigencia que persigue nuestro crecimiento, que pretende el desarrollo de lo mejor de nosotros mismos. Por eso, la exigencia de Dios viene acompañada de la paciencia. Dios que es exigente, es en la misma medida paciente. Y así nos lo presenta Jesús en el evangelio de hoy.

Una persona paciente es sobre todo el que sabe esperar. Y esperando concede tiempo a los otros. Un tiempo que es necesario para el crecimiento y el desarrollo. La paciencia de Dios es lo que envuelve el regalo del tiempo. Dios nos concede tiempo, nos da ocasiones constantes para crecer y desarrollarnos. Y sólo nos pide que sepamos aprovecharlas.

Dios en su exigencia nos llama a la conversión. Si acogemos su llamada al cambio, también tenemos que saber acoger el tiempo que nos concede para hacer realidad ese cambio. Que no nos neguemos a nosotros mismos la oportunidad que Dios nos concede. Que no nos sorprendamos diciendo, “soy así y no puedo cambiar”. Dios nos da tiempo para ser mejores, para hacer crecer lo mejor de nosotros mismos. Y que tampoco seamos nosotros de los que niegan a los demás la oportunidad del cambio, con expresiones del tipo “este nunca cambiará”. Si Dios concede a los otros tiempo para desarrollarse y crecer no seremos nosotros los que podamos negarles esa oportunidad.