Tiempo para crecer y cambiar
De Dios se puede hablar de muchas
maneras. Se puede alabar su presencia. Se puede razonar y argumentar a favor de
su existencia. Y también podemos contar nuestra experiencia de relación con él.
Eso es lo que hacía el pueblo de Israel en los escritos de la Biblia. Y eso es lo que
hacía Jesús. Hablaba de Dios desde la experiencia de relación con Él.
Es lo que ocurre en el evangelio de
este domingo. Jesús nos presenta a un Dios que exige, porque exigente es el
Dios que le había llamado a la misión de anunciar el Reino. Pero La exigencia
de Dios es la del amor y por eso no puede angustiarnos o llenarnos de
intranquilidad. Es una exigencia que persigue nuestro crecimiento, que pretende
el desarrollo de lo mejor de nosotros mismos. Por eso, la exigencia de Dios viene
acompañada de la paciencia. Dios que es exigente, es en la misma medida paciente.
Y así nos lo presenta Jesús en el evangelio de hoy.
Una persona paciente es sobre todo el
que sabe esperar. Y esperando concede tiempo a los otros. Un tiempo que es
necesario para el crecimiento y el desarrollo. La paciencia de Dios es lo que
envuelve el regalo del tiempo. Dios nos concede tiempo, nos da ocasiones
constantes para crecer y desarrollarnos. Y sólo nos pide que sepamos
aprovecharlas.
Dios en su exigencia nos llama a la
conversión. Si acogemos su llamada al cambio, también tenemos que saber acoger
el tiempo que nos concede para hacer realidad ese cambio. Que no nos neguemos a
nosotros mismos la oportunidad que Dios nos concede. Que no nos sorprendamos
diciendo, “soy así y no puedo cambiar”. Dios nos da tiempo para ser mejores,
para hacer crecer lo mejor de nosotros mismos. Y que tampoco seamos nosotros de
los que niegan a los demás la oportunidad del cambio, con expresiones del tipo
“este nunca cambiará”. Si Dios concede a los otros tiempo para desarrollarse y
crecer no seremos nosotros los que podamos negarles esa oportunidad.