Lo mejor para Dios
Un sacerdote cuenta que en una
ocasión viajaba a la lndia para visitar a la Madre Teresa de Calcuta.
Pertenecía a una organización de la Iglesia que ayudaba a proyectos en países
con necesidades. Cuando llegó a Calcuta comprobó estremecido como las lluvias
habían destruido las pobres casas de la gente haciendo a los pobres todavía más
pobres. Cuando le hablaba a la Madre Teresa de lo que había visto, ésta le
interrumpió y le dijo: “Mire padre hay diversas clases de pobreza en el mundo.
Una de ellas es la que ha visto usted aquí. Es la que mata el cuerpo. Pero en
sus países ricos también hay pobreza. Es la pobreza que mata el alma. Ambas son
igual de grandes. Y contra ellas hay que emplear la misma medida: el amor.
El evangelio de este domingo nos habla de estas dos clases de pobrezas. La
pobreza que seca el alma. La de quienes solamente tienen ojos para sí mismos,
para sus intereses y su aparentar. La de los que sólo buscan ser admirados por
los otros, incluso cuando hacen el bien en una obra caritativa, o asisten a la
iglesia. Hay quienes cuando ayudan las necesidades de los otros persiguen el
bienestar ajeno. Pero hay también quienes ayudan a los otros solamente por
quedar bien; para ser admirados y aplaudidos por los demás. Éstos solamente
tienen ojos para sí mismos. No saben ver realmente a los otros. Por eso son
pobres de alma, porque solamente se tienen a sí mismos.
Otros en cambio pueden padecer pobreza material pero son ricos de alma.
Como la viuda en la que Jesús se fija en el evangelio de hoy. Echa poco en la
ofrenda del templo, solamente dos reales. Pero esos dos reales son todo lo que
tenía. Esa viuda ofrece en el templo todo lo que tiene. Da lo mejor de sí
misma.
Jesús destaca de esta mujer no sólo que su ofrenda vale más porque dio todo
lo que tenía; otros en cambio dan mucho, pero de lo que les sobra, y por eso su
ofrenda vale menos. La viuda con su ofrenda muestra que ella ama a Dios, el templo
y el oficio divino en el que se experimenta la cercanía de Dios. Y porque ama a
Dios da todo lo que tenía a Dios.
El evangelio de este domingo nos llama a dar lo mejor de nosotros; a dar lo
más a Dios. “Dar a Dios lo mejor” es el motivo que llevó en la Edad Media a
construir catedrales; a levantar altares magníficos a Dios. “Dar a Dios lo
mejor” es lo que motiva a acudir a la iglesia con el mejor vestido; a cantar
con el mejor arte en las celebraciones litúrgicas…
“Dar a Dios lo mejor” no es un motivo del pasado. Sigue siendo actual. Es
cierto que “dar a Dios lo mejor” es sobre todo preocuparse por el hermano y sus
necesidades. Y por eso hay que medir hasta dónde se puede dedicar dinero a
adecentar el templo cuando tantas personas pasan necesidad. Pero “dar a Dios lo
mejor” significa sobre todo amar a Dios y ponerle en el centro de nuestras
preocupaciones e intereses.
El amor a Dios y al prójimo es el remedio contra la pobreza, la del cuerpo
y la del alma. Amar a Dios quiere decir hacerle sitio en nuestra vida, hablar
con él, acoger su palabra, confiar en que vivir como Él nos propone es un
camino de plenitud y felicidad.
Vamos a Dios lo mejor, lo más de nosotros mismos. Al abrirnos a Dios
posibilitamos que Él venga y llene con su presencia nuestra vida y nuestra
persona.