Gritar en Dios
Uno de los cuadros más conocidos de la pintura contemporánea es “el grito” del
pintor noruego Edvard Munch, uno de los grandes maestros del expresionismo. En
la pintura puede verse un paisaje gris presidido por un cielo rojo. En medio un
río que cruza bajo un puente. Sobre el puente los rasgos de un ser humano
desfigurado (no se distingue si es un hombre o una mujer). Tiene la boca
abierta y sobre sus mejillas sus manos están puestas en posición de amplificar
el sonido que emite. Sin duda está gritando.Los rasgos desfigurados y los
colores nos dicen que es un grito de dolor y sufrimiento. Y también transmite
la impresión de ser un grito de desesperación; que cae en el vacío.
Hay gritos que parecen caer en el vacío. Que da la impresión que nadie los
recibe y escucha. Son gritos de desesperación; de personas que parece que están
al borde de sus fuerzas. Así parece ocurrir con el protagonista del evangelio
de este domingo. Se trata del ciego Bartimeo. Vivía al borde del camino
pidiendo limosna. Encontrarse al borde del camino quiere decir estar fuera del
desarrollo y del progreso; estar fuera del lugar donde transitan el resto de
las personas. El ciego Bartimeo parecía vivir resignado a su situación.
De repente oye pasar a Jesús y grita. Grita con todas sus fuerzas porque su
grito es sostenido por una esperanza que nadie puede romper. Y lo hace de tal
manera que se gana el reproche de los que acompañaban a Jesús. Le mandan callar.
Pero él ciego grita más fuerte y su grito no cae en el vacío.
Como ocurre con otros personajes bíblicos, su grito penetra en el misterio
del amor de Dios. Y Dios responde al grito del ser humano. Jesús pide a los que
le acompañan que llamen al ciego que grita. El que llama es llamado y en esa
llamada encuentra la respuesta a su demanda. Una respuesta que en la llamada de
Jesús es ánimo, fuerza para levantarse. Por eso el ciego se desprende del manto
y se dirige a Jesús. Con el maestro comienza una nueva vida. Atrás queda el
manto de la desesperanza, la resignación, la duda. Con Jesús comienza una nueva
vida, una vida en la que recobra la visión.
Todos hemos pasado por una situación parecida a la del ciego Bartimeo. Ha
habido ocasiones en nuestra vida en la que hemos gritado, aunque el grito fuera
silencioso. Y en la que hemos estado cerca de la desesperación y la
resignación. Y quizás como el ciego Bartimeo nos atrevimos a gritar en Dios, en
el misterio de su amor….Para recibir como respuesta la llamada de Dios… Una
llamada en la que dice que cuenta con nosotros, que cuenta con nuestra vida y
nuestra persona. Y esa llamada nos da ánimos, nos levanta y nos abre la puerta
de una nueva vida.
Podemos gritar desesperados y desconsolados; dejándonos dominar por la
rabia…o podemos tener el valor de gritar en Dios. No nos resolverá mágicamente
nuestros problemas pero responderá a nuestro grito con una llamada que nos
pondrá en pie, nos abrirá el camino a una nueva vida, nos llenará de luz.
Si os oprime alguna angustia y dolor, os lo digo por experiencia, probad a
gritar en Dios.