¿A quién pertenece el mar, el sol, el aire? ¿Tiene dueño la belleza de una flor, el azul del cielo, la grandeza de los montes? ¿Podemos poseer la amistad?
Todas estas cosas, y muchas más que podríamos enumerar, no tienen dueño, no son propiedad de nadie. Son dones puestos para nuestro disfrute y que nos encontramos en la vida. Cuando percibimos alguna de estas cosas nos llenamos de alegría y nos asalta la preocupación de que se estropeen y otros no puedan disfrutarlas. La belleza y la bondad de tantas cosas nos despiertan a la responsabilidad y nos llaman a ser cuidadosos con lo que nos rodea.
También puede ocurrir que, llevados por el afán de posesión o movidos por el miedo a perder lo que disfrutamos, queramos atraparlo y convertirlo en propiedad personal. Hay quienes intentan encerrar un trozo de mar en un cercado o quienes pretenden poseer la amistad. Pero cuando los dones se convierten en propiedad pierden su grandeza y su belleza. Un trozo de mar encerrado en una cerca carece de inmensidad. Al querer poseer la amistad, transformamos la alegría y la sorpresa de un gran regalo en cálculo frío y en manipulación del amigo. Y como de las cosas que nos creemos dueños no nos sentimos en la obligación de dar cuentas a nadie, ni nos preocupa que den frutos para otros, puede ser que las descuidemos y acabemos por perderlas.
Las lecturas de este domingo nos hablan de los dones que Dios nos da para nuestro disfrute y de los cuales somos responsables. El profeta Isaías y el Evangelio nos hablan de un Dios que prepara al ser humano una buena estancia en el mundo. Una viña con buenas cepas, que es símbolo de abundancia. Una cerca alrededor de la viña, que es símbolo de protección. El lagar y la casa, para que el ser humano pueda residir en la viña y vivir de sus frutos. Dios nos ha llenado de bienes. Pero todas esas cosas las hemos recibido en régimen de “arrendamiento”. Somos los encargados de su crecimiento, pero no somos sus dueños. Son dones que Dios nos confía para nuestro bienestar y en la responsabilidad de cuidarlos y de hacerlos fructificar en favor de otros. Los labradores del Evangelio olvidan el encargo, se sienten dueños de la viña y rechazan a todo aquel que viene a pedir cuentas de los bienes confiados.
Con esta parábola Jesús nos llama la atención sobre nuestras actitudes en la vida. Todo lo que nos rodea podemos usarlo de dos maneras: como dones recibidos para nuestro disfrute y de los cuales somos responsables, o como bienes que intentamos poseer no sintiéndonos en la obligación de dar cuentas a nadie ni de hacerlos crecer en favor de otros. Jesús nos invita a abandonar la mentalidad del propietario para vivir en la responsabilidad.
Sentirse responsable en vez de propietario no es una merma en nuestra libertad y dignidad personal. Al contrario, la libertad aumenta y se amplía en la responsabilidad. Quien se sabe responsable se esfuerza por hacer crecer lo que tiene, y él mismo crece mientras hace fructificar lo confiado. El propietario, el dueño, por creerse que no tiene que dar cuentas a nadie, puede descuidar lo que tiene y acabar perdiéndolo definitivamente.
En esta sociedad nuestra, que hacemos entre todos, tenemos que preguntarnos si no pierde terreno el sentido de responsabilidad y si no avanza la mentalidad del propietario y del dueño. Cada uno tiene que preguntarse si pretende ser dueño de sus propios dones y capacidades; de los bienes que encuentra a su disposición; de las personas con las que convive, de la fe que ha recibido. Este evangelio nos lanza algunas preguntas que tenemos que responder: ¿Afrontamos nuestras tareas profesionales en la responsabilidad de contribuir a hacer un mundo mejor? ¿Vivimos nuestras relaciones familiares solamente desde el coger lo que los otros nos dan o también damos algo a los demás? ¿Utilizamos los bienes comunes como si fuéramos sus dueños, sin preocuparnos de que queden en buen estado para que otros puedan usarlos? ¿Entendemos la amistad como un don que tenemos que cuidar o pretendemos poseer y controlar a nuestras amistades? ¿Nos preocupamos por transmitir y descubrir a otros la fe, ese don tan grande que Dios nos ha dado?
Nuestro mundo comenzará a cambiar en la medida en que nos sintamos menos propietarios y más responsables. En la medida que prefiramos la grandeza y la libertad de la responsabilidad, al señoritismo de creernos los dueños de todo lo que nos rodea. De ello va a depender que podamos seguir disfrutando de la viña o que acabemos por perderla definitivamente.