Homilía 19 domingo tiempo ordinario
Viento en contra
No sé si alguno de ustedes ha pasado por la experiencia de caminar con un fuerte viento en contra. O de hacerlo montado en una bicicleta o en un velero. La verdad es que es una situación desagradable en la que somos puestos al límite de nuestras fuerzas. Caminar con un fuerte viento en contra es experimentar la imposibilidad casi de mover las piernas. Es comprobar que apenas avanzamos en nuestro camino aunque empleemos muchas energías. No, no es agradable caminar con el viento en contra.
En la vida todos pasamos por situaciones en las que tenemos viento en contra. La irrupción de una enfermedad, un revés económico, la pérdida de un ser querido, un accidente laboral, el cambio en las circunstancias en un negocio o un trabajo, un malentendido en una relación…. Por eso, el evangelio de este domingo con la imagen de los discípulos de Jesús navegando con un viento huracanado en contra es también una expresión de las dificultades que todos podemos encontrar en la vida. De la lucha en la que todos nos vemos envueltos: Lucha por conseguir un trabajo, por sobrellevar una enfermedad, por sacar adelante una empresa…
También Jesús tuvo en su vida viento en contra. La sospecha de las autoridades religiosas de su tiempo, la muerte de Juan el Bautista, la incomprensión de sus discípulos…También Jesús tuvo que afrontar situaciones adversas.
Pero Jesús se enfrentaba contra las adversidades de una manera distinta a la que lo solemos hacer nosotros. Ante las dificultades de la vida Jesús, ni se asustaba ni pataleaba. Jesús se retiraba a orar. Lo escuchamos en el evangelio de este domingo: después de estar con la gente subió al monte a solas para orar. Jesús sabía que hay un viento en contra que no podemos hacerle frente solo con nuestras fuerzas. Que en esas situaciones solo nos ayuda permanecer unidos a Dios.
El encuentro con Pedro deja claro la manera diferente que hay entre Jesús y nosotros de afrontar el viento en contra. Jesús, en unión con su Padre, es capaz de llegar a cualquier sitio. Pedro parece confiar también en la fuerza de Jesús, pero el primer revés del viento hace tambalear su confianza. Cuando ya se hundía en el agua, el grito de: “Señor, Sálvame” le pone de nuevo en el camino de la fe.
Con el grito “Señor, Sálvame” Pedro nos recuerda que hay peligros de la vida que solamente podemos vencer con la ayuda de Dios. Que a veces nos vemos afrontados a situaciones últimas en la que lo único que queda es confiar en Dios.
Esto no quiere decir que tengamos que esperar a que Dios elimine mágicamente las dificultades de nuestra vida. O que Dios nos libre de tener que luchar y esforzarnos. Lo que quiere decir es que la relación con Dios introduce en nuestra vida una perspectiva y una fuerza que nos ayuda a sobreponernos al viento en contra. La unión con Dios introduce en nuestra vida un camino que nos permite superar la situación adversa.
Hace unas semanas conocí a una persona a la que una enfermedad de corazón le apartó para siempre de la vida laboral. “Al principio –me decía- caí en una depresión. No tenía nada que hacer. Me aburría y no me sentía útil. Hasta que me incorporé al grupo de la parroquia que visita enfermos y personas solas. Descubrí personas que necesitaban de mí, que se alegraban de mi presencia, que me pedían que les arreglara algún papel…Aunque no ejerza mi profesión me siento igual de útil que cuando la ejercía.”
¿Qué esperamos de la fe? Que nos de consuelo, orientación, sentido. Seguro que la fe aporta todo eso. Pero la fe no nos ahorrará el momento de la dificultad, del viento en contra. El momento del fracaso, el dolor y el sufrimiento. En todas esas situaciones nuestra fe tiene que haber crecido y madurado lo suficiente para que, sabiendo que sólo de Dios nos puede venir la ayuda, digamos como Pedro: ¡Señor, Sálvame!