Allanad los caminos
En las tareas agrícolas hay un tiempo para recoger la cosecha y hay un tiempo para sembrar. Pero también hay un tiempo para roturar los campos. Para dejar que la tierra se airee y recobre su vitalidad. El adviento es el tiempo para roturar la propia vida. Es el tiempo de poner a airear nuestra persona para dejar que penetre en ella el aire fecundo de Dios.
Cuando Juan bautista en el evangelio de este domingo, recogiendo las palabras de la tradición profética, llama a preparar el camino nos está invitando a remover la tierra de nuestra vida para que tracemos en ella el camino del Señor. Y es preciso recalcar que el camino que tenemos que abrir no es nuestro camino. El que es resultado de nuestros deseos, planes y cálculos. Se trata del camino del Señor. Un camino que pasa por nuestra voluntad pero que nace en un lugar anterior a nuestro propio yo.
El camino del Señor a veces doblega nuestros deseos y cálculos. Pero siempre ensancha nuestra vida y persona. Nos lleva a lugares nuevos y desconocidos, enriquece nuestra persona, nos conduce a la libertad y el futuro.
El camino del Señor tiene un nombre: Jesucristo. Él es la vía sobre la cual Dios viene a nuestra vida. Juan el bautista es el dedo que señala a Jesús y clama para que sea reconocido y acogido. Su llamada resuena hoy y se dirige también a nuestros corazones, para que dejemos pasar a Jesús por él. Dejar pasar a Jesús por nuestra vida supone abrirnos a la bondad, a la limpieza de corazón, a la esperanza, al deseo de justicia.
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