El reino del perdón
Jesús en la cruz culmina lo que realizó durante el tiempo de su predicación: acoge a los pecadores y perdona a los que le originaban tanto dolor y sufrimiento. El evangelio de este domingo en esta fiesta de Cristo Rey nos presenta a Jesús en la cruz y a su lado otros dos condenados. Uno de ellos le pide perdón y Jesús le promete que vendrá al paraíso.
La consecuencia de ser perdonados es participar de los bienes de Jesús, es entrar en su Reino. El paraíso no es una ilusión ni un imagen consoladora. Es la realidad de quien se siente perdonado.
Algunos dicen que en nuestra cultura cada vez se entiende menos el significado del perdón. Es verdad que en la medida que la secularización avanza y la cultura religiosa del ciudadano medio se hace cada vez más precaria, hay mayores dificultades para entender el sentido religioso del perdón. Pero son muchas las personas que de una u otra manera sienten algo parecido a la necesidad de ser perdonados para poder recomenzar y retomar su vida. Sobre todo aquellos que el rastro de un acontecimiento, una relación fallida, un fracaso, les pesa y les condiciona en el presente. Hay quienes no pueden mirar al futuro porque están encadenados a un hecho del pasado.
El perdón de Dios consiste precisamente en liberarnos del peso del pasado sobre el presente. El perdón nos da un nuevo futuro porque disuelve la ligadura con un pasado errático y que pesa en nuestra vida.
Para lograr ese perdón sólo hay que decir un nombre: ¡Jesús1 y una petición ¡acuérdate de mi! Más no se nos pide. Al decir ese nombre y esa petición nos unimos a quien nos introduce en el paraíso.
La realeza de Jesús no es la del dominio y el mando. Su realeza consiste en el perdón. Y eso es lo que quiere que se extienda sobre toda la tierra: un perdón que haga posible la fraternidad entre todos los seres humanos.
La iglesia y cada creyente estamso llamados a ser agentes de perdón en nuestro mundo.
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