EL CAMINO EN EL QUE DIOS ENCUENTRA
A LA HUMANIDAD
En las tareas agrícolas hay un tiempo para recoger la cosecha y hay un tiempo para sembrar. Pero también hay un tiempo para roturar los campos. Para dejar que la tierra se airee y recobre su vitalidad. El adviento es el tiempo para roturar la propia vida. Es el tiempo de poner a airear nuestra persona para dejar que penetre en ella el aire fecundo de Dios.
Cuando Juan bautista, recogiendo las palabras de la tradición profética, llama a preparar el camino nos está invitando a remover la tierra de nuestra vida para que tracemos en ella el camino del Señor. Y es preciso recalcar que el camino que tenemos que abrir no es nuestro camino. El que es resultado de nuestros deseos, planes y cálculos. Se trata del camino del Señor. Un camino que pasa por nuestra voluntad pero que nace en un lugar anterior a nuestro propio yo.
El camino del Señor a veces doblega nuestros deseos y cálculos. Pero siempre ensancha nuestra vida y persona. Nos lleva a lugares nuevos y desconocidos, enriquece nuestra persona, nos conduce a la libertad y el futuro.
El camino del Señor tiene un nombre: Jesucristo. Él es la vía sobre la cual Dios viene a nuestra vida. Las gentes de todos los tiempos y épocas se han preguntado por el camino de la auténtica humanidad, por el camino de la paz y el encuentro interhumano. Quienes vivimos en las sociedades industriales estamos rodeados de caminos que unen los centros de producción con los de consumo; de autopistas de la información; de vías que desplazan a miles de personas a los centros de ocio y recreo. Son caminos que facilitan la vida. Pero nos siguen faltando vías de encuentro interhumano, caminos que nos conduzcan más allá de nosotros mismos, a ese lugar de plenitud inagotable.
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