Homilía 18 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C. Domingo 4 de agosto de 2013. Lc 12, 13-21

¿JUEZ O MÉDICO?

Si atendemos al evangelio, Jesús no desea que le presentemos como juez. Su misión no es juzgar ni condenar a nadie. Su misión es ofrecer la salvación de Dios. Por eso, más que como juez puede ser presentado como un médico. Como un especialista en enfermedades del corazón y un habilidoso en corregir la cortedad de vista. Muchos textos del evangelio pueden ser leídos como informes de su consulta, como historiales médicos. En ellos se recogen diagnósticos de enfermedades y propuestas de tratamiento. Y todos ellos siempre persiguen lo mismo: ayudar a la gente a alcanzar una vida lograda y feliz.

Poco a poco Jesús fue conocido en su tiempo por su saber dar orientación a las personas en el camino de la felicidad y de la plenitud de vida. Por eso, muchas personas acudían a él y le solicitaban consejo. Muchos enfermos les presentaban sus males y esperaban sus indicaciones para un tratamiento eficaz. El evangelio de hoyhoy nos cuenta uno de esos encuentros.

Un hombre se dirige a Jesús y le presenta su mal. Su hermano se ha quedado con la herencia. Por eso le pide que Jesús actúe como juez e intervenga ordenando a su hermano la partición de la herencia. Pero Jesús rehúsa el papel en el que le sitúa. No quiere ser juez, ni siquiera mediador de conflictos. Su misión es otra. Él quiere sanar. Por eso, su papel es examinar males, diagnosticar enfermedades y proponer tratamientos de curación.

En el texto del evangelio Jesús examina el mal del que se queja el hombre. Como la mayoría de nosotros él piensa que la riqueza es lo más importante del mundo. Y como algunos enfermos espera que Jesús le de la razón y le recete una medicina milagrosa. Pero Jesús, como un buen médico, no se deja presionar por el paciente. Y establece su diagnóstico con independencia de sus deseos. Su diagnóstico dice que la enfermedad del hombre es la cortedad de vista. Su dolencia es ser corto de vista. No ha entendido en qué consiste la vida porque la codicia no deja ver el sentido de la vida. 

Y Jesús continúa con su diagnóstico recurriendo a exponer algún caso de enfermedad parecida. En la vida no se trata de acumular riquezas. La preocupación por acumular suele llevar a olvidarse de lo que de verdad cuenta en la vida. Lo que de verdad hace crecer y desarrollar a la propia persona. Cuando el único objetivo de la vida es acumular riquezas y posesiones, al final uno se da cuenta que tiene las manos vacías. En la cortedad de vista de la codicia uno ha dejado escapar las cosas más importantes de la vida.

Tras el diagnóstico viene el tratamiento. Jesús propone una terapia para los cortos de vista de la codicia. Jesús propone ser rico ante Dios. O lo que es lo mismo enriquecerse con lo que de verdad cuenta en la vida. Algunos creen que se rico ante Dios es acumular méritos a base de prácticas religiosas o de buenas acciones. Pero Dios no es un contable del comportamiento humano. Dios es el Señor de la vida. Ser rico ante Dios es llenarse de vida. Y para llenarse de vida lo mejor es vivir en apertura a lo que nos rodea. En la enfermedad de la visión corta, el codicioso de las palabras de Jesús sólo piensa en si mismo. En sus planes y cálculos no hay sitio para los otros. Planifica su futuro como si fuera la única persona que existe en el mundo. Y ese es el mayor síntoma de su enfermedad. Se encuentra solo, en una soledad que le deja las manos vacías.

Las palabras curativas de Jesús no pretenden negar al ser humano la aspiración a una vida gozosa. Dios nos ha confiado el mundo para que saquemos el mayor provecho posible. Pero ese provecho no es para uno sólo. Lo es para todos. En saber compartir los bienes de la vida. En acumular relaciones y encuentros. En vivir en apertura a los otros se encuentra la verdadera riqueza.